APARTADO III Charla nº 34
Diese Schrift wurde ohne Kenntnis des Heiligen Stuhls erstellt und wird intern zum Gebrauch der Leiter verwahrt; sie trägt keine ISBN-Nummer, wurde in der hauseigenen Druckerei hergestellt und existert offiziell gar nicht. Sie wird hier zu Studienzwecken und aus Gründen der Gerechtigkeit gegenüber den aktiven und ehemaligen Mitgliedern hier wiedergegeben, nachdem sie uns von einem leitenden Mitglied des opus zur Verfügung gestellt worden ist.
Relaciones con la familia de sangre
Durante largos años, los habitantes de Nazaret conocían al Señor como "el hijo del artesano", "el hijo de María", pariente de Santiago, José, Simón... El Hijo de Dios quiso nacer en la tierra en el seno de una familia. Reafirmaba así la decisiva importancia de la familia para el perfeccionamiento de la persona; y le confería, además, un sentido divino maravilloso, santificador, corredentor.
Es lógico que nuestro Padre haya dicho que tenemos que querer mucho a nuestros padres; si no, no tenemos el espíritu del Opus Dei. El mandamiento de amar a los padres es de derecho natural y de derecho divino positivo, y nuestro Fundador le ha llamado dulcísimo precepto. Al recibir la llamada a la Obra, aumenta nuestra deuda de gratitud con nuestros padres, porque a ellos les debemos "el noventa por ciento de la vocación" (De nuestro Padre).
3. Es justo que busquemos operativamente el mayor bien posible para nuestros padres, para nuestros hermanos (para la mujer, el marido y los hijos, en el caso de los Supernumerarios). Y el mayor bien absolutamente es Dios. Por eso, "contad con vuestros padres. Los quiero mucho. Es necesario acercarles a la Obra, que es acercarles a Dios. Procurad que vuestros padres amen a la Obra. Que sepan que les queremos. ¿Como vamos a hacer una cosa agradable a Dios, si abandonamos las almas de los que nos han querido tanto en la tierra, y tanto han contribuido -a veces, sin darse mucha cuenta- a nuestra vocación?" (De nuestro Padre).
4. Con visión sobrenatural y con sentido común, hemos de ir descubriéndoles las maravillas de nuestro camino; que sepan que la vocación que hemos recibido es también un gran honor para ellos -predilección divina-, y acaso un medio del que el Señor ha querido servirse para que también ellos la reciban.
5. Más que las palabras, lo que más ayudará a nuestros padres y parientes a comprender la maravilla de nuestra vocación y la maravilla del Opus Dei, será nuestro ejemplo y nuestra alegría. Ejemplo de estudio -o del trabajo que sea-, intenso, ordenado, eficaz; ejemplo de delicadeza en el trato y de espíritu de servicio; y ejemplo de alegría en todo momento, en cualquier circunstancia. "Que nos vean alegres, contentos. Que vean que les queréis más que antes y, al mismo tiempo, que amáis vuestra vocación: un padre y una madre buenos, lo que quieren es la felicidad de sus hijos" (Del Padre). Nunca será demasiada la insistencia en estos puntos.
6. Consecuencia de la mentalidad laical -característica, como ya sabemos, de nuestro espíritu-, es la personal responsabilidad de cada uno para resolver sus propios asuntos con la fami-
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lia: los Directores no intervienen.
7. Buscar la manera más natural y oportuna de poner a nuestros parientes en relación con la correspondiente Sección de la Obra.
8. En la fiesta de la Sagrada Familia, todos los años, renovamos la consagración de nuestras familias a la Familia de Nazaret, que por primera vez hizo nuestro Padre -en el oratorio de la Sagrada Familia, de Villa Tevere - el 14 de mayo de -1951. Eran momentos difíciles. Hubo quienes sembraron entre los padres de los de Casa la desconfianza y el recelo, con calumnias increíbles. Como siempre, la reacción de nuestro Padre fue sobrenatural, decidió "poner bajo el patrocinio de la Sagrada Familia, Jesús, María y José, a las familias de los nuestros para que logren participar del gaudium cum pace de la Obra, y obtengan del Señor el cariño para él Opus Dei" (De nuestro Padre).
Cada año, el día de la solemnidad de la Sagrada Familia, nuestros padres pueden lucrar indulgencia plenaria.
9. Con la oración y la pillería santa (cfr. n. 4) que hemos de poner en juego, nuestros padres llegan a amar nuestra vocación, causa evidente de la felicidad de sus hijos, y llegan a hacerse -cuando no reciben el don de la vocación- hasta fanáticos del Opus Dei -cosa que nosotros nunca podemos ser-, pero con un fanatismo cordial y preciso -impregnado de caridad-, que hace sonar "campanillas de plata en el cielo" (De nuestro Padre). Se dan cuenta de que "no es un sacrificio para los padres que Dios les pida sus hijos; ni para nosotros es un sacrificio dedicarnos al Señor. Es un honor inmenso, un orgullo grande y santo, una muestra de predilección, un cariño particularísimo, que ha manifestado Dios ahora, pero que estaba en su mente desde toda la eternidad. ¡No es ningún sacrificio!" (De nuestro Padre).
Ahora bien, nunca se llegaría a este gozoso punto, si por evitarles un disgusto -que sería pasajero- no fuéramos fieles a nuestra vocación, con todas sus exigencias. "Hemos de sentir muy fuertemente las exigencias de nuestra vocación: los Numerarios y las Numerarias nos hemos entregado con una disponibilidad completa en las manos de Dios Nuestro Señor, para el servicio de la Iglesia y de la Obra, a través del Padre, de los Directores y de las Directoras" (Del Padre). "No podemos olvidar a la familia de sangre, porque eso sería antinatural y Dios no lo quiere, pero resultaría absurdo que la antepusiéramos a nuestras obligaciones en la Obra" (Del Padre). "El que ama al padre o a la madre más que a Mí, no es digno de Mí" (Mt 10,37).
Para los Numerarios "llega un momento, hijos míos, en que hay que decir: papà, ti saluto, me he de marchar. ¡Es un buen ejemplo! No obrar así, cuando lo exige la propia vocación, sería de gente bobalicona, que está siempre con papá y mamá, y ni estudia ni hace nada. En este caso, papá y mama pensarían: ¿este chico dice que tiene vocación?, ¡si está perdiendo el tiempo! ¿Comprendéis que esto sería un mal ejemplo? Yo no tengo hijos bobalicones. Papà, ti saluto; ti voglio tanto bene, ma ho da fare, te
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quiero mucho, pero tengo muchas cosas que hacer ¿De acuerdo, hijos?" (Del Padre). Evitar por tanto la familiosis, sabiendo mostrarles en cambio que nuestro cariño hacia ellos crece con la vocación.
12. Algunas veces se cumplen aquellas palabras del Señor: inimici hominis domestici eius (Mt 10,37). En ocasiones, con una cierta buena voluntad -equivocada-, se atreven a probar la vocación de sus hijos. Sólo quien no sabe lo que es la vocación sobrenatural puede pensar así. La vocación es algo muy delicado, sobre todo al comienzo: una lucecita, que basta un soplo para apagarla. Otras veces, es un evidente fracaso del sentido cristiano -y del sentido común- en esas familias, que no quisieran el crecimiento y la independencia de sus hijos; o que temen la entrega al Amor inmenso y certísimo de Dios, y no al amor incierto de una criatura. En cualquier caso "habéis de hacer compatible el cariño y el respeto a vuestros padres, con la defensa de vuestra vocación: si es necesario, defendedla con las uñas y con los dientes" (Del Padre).
13. "En las familias, casi ningún hijo, cuando es mayor, convive con sus padres: se casan y se van del hogar paterno. Es ley de vida (...) Esas quejas de los padres, cuando se dan, son sensiblerías que merecen comprensión y cariño, pero hay que ponerles límites porque, si no, esa sensiblería llegará a ser enfermiza" (De nuestro Padre). "Cuando el hijo es ya mayor, los padres no tienen derecho a imponerle nada; lo contrario es un abuso. No tienen derecho a escoger por su cuenta el camino de nuestra vida; pueden aconsejar, rezar... y dejarnos en paz" (De nuestro Padre). Querer dominar sabré los hijos adultos, es desconocer la dignidad humana"; "son restos de feudalismo" (De nuestro Padre).
14. Los Agregados, que viven con su familia de sangre, han de armonizar también, con el mismo espíritu, el cariño con el desprendimiento; y saber mantener la independencia que requiere el cumplimiento de las exigencias de su vocación.
15. (Para los Supernumerarios) "El Opus Dei ha hecho del matrimonio un camino divino, una vocación, y esto tiene muchas consecuencias para la santificación personal y para el apostolado" (Conversaciones, n. 91). Para descubrirlas y aplicarlas a la vida ordinaria, "es importante que los esposos adquieran sentido claro de la dignidad de su vocación, que sepan que han sido llamados por Dios para llegar al amor divino también a través del amor humano; que han sido elegidos, desde la eternidad, para cooperar con el poder creador de Dios en la procreación y después en la educación de los hijos; que el Señor les pide que hagan, de su hogar y de su familia entera, un testimonio de todas las virtudes cristianas" (Ibid., n. 93).
16. La labor apostólica de los Supernumerarios comienza en su hogar, con sus higos, y la dedicación a la formación de los hijos es el "negocio" más importante de un padre de familia. Es una "gravísima obligación" (Conc. Vaticano II, Decl. Gravissimum educationis, nn. 3 y 6) que comparten marido y mujer, y no pueden
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abandonar en manos de otros, porque es intransferible. Se trata, por lo demás, dé formar a los hijos para que sean santos; no es otra la meta, y hay que poner los medios. Para esto, han de procurar que se hagan en familia algunas prácticas de piedad que son tradicionales en los hogares cristianos: ir a Misa juntos, el Rosario, la bendición de la mesa, etc.; deben asegurarse de la buena formación doctrinal-religiosa de sus hijos, y si es preciso, ocuparse directamente de enseñarles el Catecismo, aconsejar sus lecturas, etc.; y, sobre todo, han de saber ganarse su amistad, para que puedan prolongar y hacer verdaderamente eficaz su labor de educadores, de acuerdo con la edad y circunstancias de cada hijo. Con estos medios y el apoyo constante de su oración, conseguirán que sus hijos, cuando llegue el momento, deseen ponerse en relación con la labor de San Rafael y puedan recibir la vocación como Numerarios o Agregados, o prepararse bien para formar otros hogares cristianos."Los esposos cristianos han de ser conscientes de que están .llamados a santificarse santificando, de que están llamados a ser apóstoles, y de que su primer apostolado está en el hogar. Deben comprender la obra sobrenatural que implica la fundación de una familia, la educación de los hijos, la irradiación cristiana en la sociedad. De esta conciencia de la propia misión, dependen en gran parte la eficacia y el éxito de su vida: su felicidad" (Conversaciones, n. 91).
17. "Irradiación cristiana en la sociedad", ha dicho nuestro Padre, porque la familia ha de estar abierta a múltiples relaciones sociales que pueden y deben santificarse, convertidas en conductores de la luz sobrenatural, luz de Dios. Somos una inyección intravenosa en el torrente circulatorio de la sociedad. Lo cual excluye egoísmos, comodidades; y supone espíritu de sacrificio. Las relaciones sociales son siempre una estupenda ocasión de apostolado: de dar ejemplo y criterio cristiano, y de hacer nuevas amistades, abriéndose en abanico.
18. Hay que aguzar el ingenio -pensando las cosas en la oración- para que las necesarias diversiones familiares no falten, y sean limpias, sanas. No se puede tolerar que, por ejemplo, la televisión introduzca en el hogar la basura del mundo.
Se han de evitar a toda costa, en tiempo de vacaciones ó descanso, aquellos lugares (playas, etc.) en los que sea difícil no ofender a Dios. "Urge recristianizar las fiestas y costumbres populares (...)" (Camino, n. 975). Sin olvidar que la sobriedad es virtud cristiana imprescindible, en todo momento.
19. Para los casados, el amor que se deben ha de imitar el de Cristo-por su Iglesia, cuyo misterio en ellos se realiza de alguna manera (cfr. Eph 5,22-23). Por tanto, nunca se querrán bastante; han de crecer siempre en el amor, que no debe darse por supuesto, sino estar lleno de delicadezas, con ingenio, sentido común y sentido sobrenatural.
20. Por otra parte, marido y mujer son personas distintas. Cada uno ha de respetar pues la independencia espiritual del otro, aun cuando ambos sean de la Obra.
21. Nuestro Padre decía: "Yo quiero mucho a vuestros padres, y les encomiendo por lo menos dos veces al día". "Rezo a diario por los padres de todos mis hijos, y les quiero aunque no los conozca. Rezo por los que el Señor ya se ha llevado y por los que continúan en la tierra, ayudándonos a ser fieles con su oración y su ejemplo" (De nuestro Padre, n. 119). Ahora qué está en el Cielo, los conoce estupendamente bien, y su oración por ellos -y por nuestros parientes más próximos- es incesante y poderosísima. Que cuenten con ese medio formidable de obtener gracias, al que se unen la oración del Padre y de toda la Obra.