Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás:
INSTRUCCION ACERCA DEL ESPIRITU SOBRENATURAL DE LA OBRA DE DIOS
19- III - 1934
[Notas de Alvaro del Portillo (1967)]
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y de Santa María
Meus cibus est ut faciam voluntatem eius... Mi alimento es hacer su Voluntad.
(Ioann. IV, 34)
1 Carísimos:1 En mis conversaciones con vosotros repetidas veces he puesto de manifiesto que la empresa, que estamos llevando a cabo, no es una empresa humana, sino una gran empresa sobrenatural, que comenzó cumpliéndose [8] en ella a la letra cuanto se necesita para que se la pueda llamar sin jactancia la Obra de Dios;2 de la que formamos parte por elección divina —ego elegi vos (Ioann. XV, 16)—, con el fin de que seamos en el mundo imitadores de Jesucristo Señor Nuestro, sic[9] ut filii carissimi, como hijos queridísimos (Ephes. V, 1).3
2 [10] Tiene por base piedras desechadas por los que edificaron (Act. IV, 11). No encontraréis aquí altos jerarcas de la Iglesia, ni hombres de prestigio nacional.4 Su labor apenas se ve sobre la tierra: está debajo, crece hacia dentro. ¡Ya llegará la hora de subir! 5.
3 [11] Así comenzó todo lo grande: ¿quién era Francisco? ¿Los que convivieron con Ignacio en Alcalá hubieran creído en el impulso y desarrollo de su Compañía? 6.
4 [12] Volved los ojos al Santo Evangelio: a los apóstoles del Señor, inútiles, egoístas e ignorantes, ni vosotros ni yo los hubiéramos escogido para ese oficio.7
5 Ahora pasa lo mismo, y a nosotros hablaba San Pablo, cuando decía: ved, hermanos, vuestra vocación, porque no sois sabios según la carne: no muchos poderosos, no muchos nobles: sino que lo necio del mundo elige Dios, para confundir a los sabios: y lo enfermo del mundo elige Dios, para confundir a los fuertes: y lo innoble del mundo y lo despreciable elige Dios, y aquellas cosas que no son, para destruir a lo que es (I Cor. 1, 26-28).
6 La Obra de Dios no la ha imaginado un hombre, para resolver la situación lamentable de la Iglesia en España desde 1931.8
7 Hace muchos años que el Señor la inspiraba a un [13] instrumento inepto y sordo, que la vio por vez primera el día de los Santos Angeles Custodios, dos de octubre de mil novecientos veintiocho.9
8 Pero, como en tiempos de borrasca suelen nacer muchas organizaciones e institutos, que tienden a dedicarse a las distintas obras de celo que han de abandonar —ante la persecución— las órdenes y congregaciones religiosas, naturalmente España ahora no [14] es una excepción —tampoco lo fue durante el período revolucionario del siglo pasado— y vemos varios —y aun muchos— grupos de hombres y mujeres de buena voluntad decididos, con miras sobrenaturales, a dar la batalla a los enemigos de Cristo.10
9 Vendrá la paz política y social: entonces la mayor parte de esas organizaciones, ante el apostolado de los religiosos libres para su misión, desaparecerá o languidecerá: han cumplido su fin.11
10 [15] En cambio, alguna o algunas de esas organizaciones, por el entusiasmo de sus miembros o porque ya han impulsado su vida en esa dirección y cuesta rectificar, continuarán actuando, para acabar por formar una o varias congregaciones nuevas, que en nada se diferenciarán —o en muy poco— de otras ya existentes.12
11 Supongamos que, entre las organizaciones de que estoy hablando, hubiera una que se pareciese exteriormente a la Obra que Dios nos pide.13
12 [16] Aquí vienen como anillo al dedo dos textos del Santo Evangelio: porque esa organización, en algo [17] semejante a la Obra de Dios, o es de El —y entonces oíd de qué manera contesta Jesús a estas palabras de San Juan: Maestro, hemos visto a uno, echando los demonios en tu nombre, que no nos sigue, y se lo hemos prohibido. — No queráis prohibírselo: porque nadie hay que haga milagros en mi nombre y pueda hablar mal de mí. El que no está contra vosotros, por vosotros está (Marc. IX, 37-39)— o es de El, decía, o no es de El, y en este caso el Espíritu Santo nos dice claramente por San Mateo (XV, 13-14): toda plantación que no plantó mi Padre celestial será arrancada. Dejadlos: ciegos son y lazarillos de ciegos: y si un ciego guía a otro ciego, los dos caen en la fosa.
13 De todos modos, que sigan su camino: nosotros, a seguir el nuestro.14
14 [18] Conviene, sin embargo, hacer notar que no somos una organización circunstancial: hemos de ser realmente como un instituto religioso —con todas sus consecuencias—, que ha de durar hasta el fin.15
15 [19] Ni venimos a llenar una necesidad particular de un país o de un tiempo determinados, porque quiere Jesús su Obra desde el primer momento con entraña universal, católica.16
16 [20] Y ésta sí que es otra señal clara que nos diferencia de esos grupos y organizaciones que, llevando sin duda fines muy sobrenaturales, tienen un ideal limitado, con limitación geográfica, viniendo a resolver un conflicto espiritual de una determinada nación; con limitación social, dirigiendo su apostolado a una clase en particular; o con limitación del horizonte de su celo, tratando de remediar una necesidad concreta.17
17 Indudablemente muchas de esas organizaciones que han nacido ahora, como reacción natural de las almas nobles y cristianas ante la labor anticatólica de la revolución española 18 —y aun otras organizaciones más antiguas, españolas y extranjeras—, a pesar de su fin sobrenatural, son empresas meramente humanas, y, reconociendo el bien y la oportunidad de los apostolados que hacen, no puede negarse [21] (lo he vivido) que su mismo excesivo número —y la forma exterior que adoptan, muy semejante a la nuestra— contribuye a desorientar a muchas almas apostólicas,19 inquietando a los mismos directores de esas almas, que no aciertan a distinguir entre lo que hay que hacer, porque lo pide Dios, y lo que se hace, repito que con fin sobrenatural, porque las circunstancias políticas lo exigen.20
18 Así se explica que nos hayan llegado a insinuar por tres veces, con tres organizaciones distintas, la unión, decían.
19 La respuesta no pudo ser más que una: en el te[22]rreno del apostolado estaremos siempre unidos: al menos de nuestra parte no habrá dificultad, porque sólo vamos a hacer el apostolado de Cristo, nunca nuestro apostolado.21
20 Pero la unión, la confusión diré mejor, que nos proponen, no es posible desde el momento en que nosotros no hacemos una obra humana, por ser nuestra empresa divina, y como consecuencia no está en nuestras manos ceder, cortar o variar nada de lo que al espíritu y organización de la Obra de Dios se refiera.22
21 Además, humanamente hablando, enseña la experiencia que esa clase de uniones acaba de ordinario con detrimento de la caridad, rompiéndose violenta[23]mente. Es la mezcla de varios líquidos buenos de suyo, que acaso dé otro líquido agradable, pero también puede resultar un veneno.
22 ¿Que esas asociaciones de apostolado, por las razones indicadas, quizá de alguna manera van a ocasionar un perjuicio, o serán un obstáculo para la Obra? 23.
23 Mirad: no. Porque el Señor, al querer su Obra, contaba con esta dificultad; y porque nuestra vocación —que es vocación a la perfección cristiana en el mundo— es muy distinta de la de ellos. Por tanto, os digo que no tendréis el verdadero espíritu de la [24] Obra de Dios si, al encontrar en vuestro camino alguna de aquellas hermosas asociaciones, no las alabáis como merecen.24
24 Y, aun cuando lo creo innecesario —porque os conozco—, en absoluto prohíbo que se diga mal directa o indirectamente de quienes, al no estar contra nosotros, porque sirven a Cristo, con nosotros están.25
25 [25] Nunca seremos ningún organismo de la Acción Católica, y menos de la Acción Católica de una nación determinada, aunque necesariamente con el tiempo habremos de influir —y no poco— en la Acción Católica de cada país.26
26 Antes de que nuestro Santo Padre el Papa Pío XI hablara —con gran consuelo de mi alma— del apostolado seglar, levantando con su voz como un soplo del Espíritu Santo oleadas de fervores, que han traído [26] al mundo tantas y tan magníficas obras de celo, Jesús había inspirado su Obra.27
27 Por consiguiente, no olvidéis, hijos míos, que no somos almas que se unen a otras almas, para hacer una cosa buena. Esto es mucho... pero es poco. Somos apóstoles que cumplimos un mandato imperativo de Cristo.28
28 Y nuestro Señor no quiere una personalidad efímera para su Obra: nos pide una personalidad inmortal, porque quiere que en ella —en la Obra— [27] haya un grupo clavado en la Cruz:29 la Santa Cruz nos hará perdurables, siempre con el mismo espíritu del Evangelio, que traerá el apostolado de acción como fruto sabroso de la oración y del sacrificio.30
29 [28] De este modo se vuelve a vivir, por la Obra de Dios y por cada uno de sus miembros, aquel secreto divino que enseñaba San Pablo a los de Filipo (II, 5-11), camino segurísimo de la inmortalidad y de la gloria: por la humillación, hasta la Cruz: desde la Cruz, con Cristo, a la gloria inmortal del Padre.31
30 El espíritu de la Obra de Dios, tanto en su entraña como en su actuación, se acomoda absolutamente [29] y sin reservas a la doctrina del Salvador y al sentir de nuestra Madre la Iglesia.32
31 Cristo. María. El Papa. ¿No acabamos de indicar, en tres palabras, los amores que compendian toda la fe católica? 33.
32 Oración. Expiación. Acción. ¿Acaso ha tenido, ni puede tener jamás, otro modo de ser el verdadero apostolado cristiano?34.
33 Unir el trabajo profesional con la lucha ascética y con la contemplación —cosa que puede pa[30]recer imposible, pero que es necesaria, para contribuir a reconciliar el mundo con Dios—, y convertir ese trabajo ordinario en instrumento de santificación personal y de apostolado. ¿No es éste un ideal noble y grande, por el que vale la pena dar la vida? 35.
34 Adhesión sincera y generosa a los Obispos en comunión con la Santa Sede, a quienes puso el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios (Act. XX, 28).36
35 [31] En las líneas anteriores van expuestos por completo nuestros ideales. Consecuencias necesarias de estos ideales son los fines, que lleva a la práctica la Obra.
36 Hemos de dar a Dios toda la gloria. El lo quiere: gloriam meam alteri non dabo, mi gloria no la daré a otro (Isai. XLII, 8). Y por eso queremos nosotros que Cristo reine, ya que per ipsum, et cum ipso, et in ipso, est tibi Deo Patri Omnipotenti in unitate Spiritus Sancti omnis honor et gloria; por El, y con El, y en El, es para ti Dios Padre Omnipotente en unidad del Espíritu Santo todo honor y gloria (Canon de la Misa).37
37 Y exigencia de su gloria y de su reinado es que todos, con Pedro, vayan a Jesús por María.38
38 [32] Hijos míos: Fe. Yo os aseguro que cualquiera que dijere a este monte: quítate, y échate en el mar, y no dudare en su corazón, mas creyere que se hará cuanto dijere, todo le será hecho. Por tanto, os digo que todas las cosas que pidiereis orando, creed que las recibiréis, y os vendrán (Marc. XI, 23 y 24).
39 La Fe es virtud fundamental: fides tua te salvum fecit, tu fe te ha hecho salvo (Luc. XVII, 19). Con la Fe y el Amor, somos capaces de chiflar a Dios, que se vuelve otra vez loco —ya fue loco en la Cruz, y es loco cada día en la Hostia—, mimándonos como un Padre a su hijo primogénito.
40 Son palabras del Papa Pío XI: el Señor, de los males saca bienes; y de los grandes males, grandes bienes.39
41 [33] De este cataclismo mundial, sólo comparable al que Lutero produjo, ha querido el Señor sacar la Obra que desde hace años inspiraba.40
42 La enfermedad es extraordinaria, y extraordinaria es también la medicina. Somos una inyección intravenosa, puesta en el torrente circulatorio de la sociedad, para que vayáis —hombres y mujeres de Dios— con la sal y la luz de los seguidores de los consejos evangélicos, a inmunizar de corrupción a todos los mortales y a iluminar con luces de Cristo todas las inteligencias.41
43 [34] Siempre Jesús hizo que los suyos se acomodaran a los tiempos:42 universal fue, en los primeros religiosos cristianos, el retiro del desierto o del monasterio.
44 Francisco hace universal el tipo de fraile corretón, andando camino adelante para predicar a Cristo. Domingo ilumina, con sus hijos, las universidades de Europa. Más tarde los teatinos, los barnabitas, los jesuitas y los somascos, sin coro y con [35] vestidos de clérigos seculares sus miembros, trabajan por las almas con nuevas labores de apostolado.43
45 Ahora, mediante un impulso divino y universal también, está surgiendo una milicia, vieja como el Evangelio y como el Evangelio nueva, que tiene soldados sin hábito exterior ninguno, que a veces serán monjes, y a veces frailes corretones que andarán todos los caminos de la vida. Hombres y mujeres que, en su propio estado y profesión, intelectual o no, serán a veces sabios y siempre doctos, bien preparados; y harán con la ciencia, con el trabajo profesional y con el ejemplo de una vida coherentemente cristiana, la apología más fervorosa de la Fe.44
46 [36] Voy a terminar, pero antes querría grabar a fuego en vuestras almas estas tres consideraciones:45
47 [37] 1) La Obra de Dios viene a cumplir la Voluntad de Dios. Por tanto, tened una profunda convicción de que el cielo está empeñado en que se realice.
48 2) Cuando Dios Nuestro Señor proyecta alguna obra en favor de los hombres, piensa primeramente en las personas que ha de utilizar como instrumentos... y les comunica las gracias convenientes.46
49 3) Esa convicción sobrenatural de la divinidad de la empresa acabará por daros un entusiasmo y amor tan intenso por la Obra, que os sentiréis dichosísimos sacrificándoos para que se realice.47
Gaudium cum pace, emendationem vitae, spatium [38] verae poenitentiae, gratiam et consolationem Sancti Spiritus, atque in Opere Dei perseverantiam, tribuat vobis omnipotens et misericors Dominus.
Mariano 48
Madrid - Fiesta de San José, nuestro Padre y Señor - 1934.
(1) [7] La Sección femenina del Opus Dei desarrolla en medio del mundo, entre las mujeres, apostolados idénticos a los que ejercita la Sección de varones entre los hombres: con igualdad de espíritu siempre, y muchas veces también de método. Lleva a cabo además la Sección femenina algunos apostolados propios y específicos, de los que habla la Santa Sede, en el Decreto de aprobación del 16 de junio de 1950, en el que vienen enumeradas algunas de esas tareas de apostolado propias (pp. 23-25). En el mismo Decreto se lee: Mulieres omnes ac singulae non solum specificum apostolatum exercent, sed praeterea communi apostolatui Operis Dei, rationibus et modis quae donis naturae et gratiae ipsis a Domino largitis adaequate respondent, cooperari debent (p. 23). Por eso, las Instrucciones y los demás documentos que nuestro Padre escribe van, por lo general, dirigidos a las dos Secciones de la Obra, conforme a la norma señalada por el Fundador concretamente para nuestro derecho peculiar, donde encontramos el criterio que debe ser aplicado congrua congruis referendo a los otros documentos del Padre: Quae de viris hoc in Codice statuuntur, etsi masculino vocabulo expressa, valent etiam pari iure de mulieribus, nisi ex contextu sermonis vel ex rei natura aliud constet, aut explicite in parte hac Codicis iuris peculiaris specialia praescripta ferantur.
(2) [8] Si hubiera sido posible, no quería el Padre que la Obra se llamara de ninguna manera. Sin nombre, con humildad colectiva hasta en esto. Pero, en medio de la vida social de la Iglesia y de las naciones, no era posible: y entonces pensó que convendría denominarla de modo que no fuera fácil sacar un apelativo común para los socios, que seguían y necesariamente habrían de seguir en el mundo con sus nombres de familia, con su profesión y las otras circunstancias personales, sin añadidura de siglas ni calificativos, que son propios de los religiosos, pero que no convenían en absoluto a los miembros del Opus Dei, por la sencilla razón de que los sacerdotes seculares y los laicos corrientes —que eso son los socios de la Obra: ni son religiosos, ni viven ni actúan como los religiosos; los veneran, pero siguen su vocación totalmente diferente— no usan siglas para diferenciarse de los demás.
El Padre no quería que sus hijos se singularizaran ni distinguieran sino por el bonus odor Christi de su dedicación íntima a Dios, que pertenece al terreno de sus conciencias. Por eso nuestro Padre prohibió —desde 1928— el uso de siglas; y si alguno ajeno a nuestra Familia, dirigiéndose a un miembro de la Obra, las ha empleado, siempre se ha hecho la oportuna protesta de palabra o por escrito, diciendo que ni queremos ni podemos usar siglas o apelativos.
La oposición a emplear siglas tiene otra razón: que cada uno de los socios del Opus Dei actúa con libertad y con personal responsabilidad, y además con la condición precisa de no representar nunca, en su trabajo, a la Asociación. La Asociación responde tan sólo de la vida cristiana de sus socios, y de las obras corporativas que se hacen siempre en nombre de la Obra.
Después no se ocupó más de ese asunto, del nombre de la Obra, y así, llamándola sencillamente la Obra, llegó el 1930. En este año, alguien preguntó al Padre: ¿Cómo va esa Obra de Dios? Fue una llamarada de claridad: puesto que debería llevar uno, ése era el nombre: Obra de Dios, Opus Dei, operatio Dei, trabajo de Dios; trabajo profesional, ordinario, hecho por personas que se saben instrumentos de Dios; trabajo realizado sin abandonar los afanes del mundo, pero convertido en oración y en alabanza del Señor —Opus Dei— en todas las encrucijadas de los caminos de los hombres.
(3) [9] En este primer número de la Instrucción, expone nuestro Fundador, con pocas palabras, dos ideas fundamentales. La primera, que la Obra no es cosa inventada por un hombre, sino querida por Dios: es Obra de Dios (cfr. nn. 6 y 7 de esta Instrucción). La segunda idea, es mostrar desde el principio una faceta esencial, básica, del espíritu de la Obra: la filiación divina.
Quizá más adelante se indicará cómo empezó en el Padre —y después, en nosotros, sus hijos— este espíritu de filiación divina, fuertemente sentido, que nos lleva a vivir vida de fe —omnes enim filii Dei estis per fidem, somos todos hijos de Dios por la fe (Galat. III, 26)— y a procurar obrar rectamente, porque quicumque enim Spiritu Dei aguntur, ii sunt filii Dei; todos los que se rigen por el espíritu de Dios, los que procuran actuar como Dios quiere, ésos son los hijos de Dios (Rom. VIII, 14).
El espíritu de filiación divina hace trabajar sin temor —no tengo miedo a nada ni a nadie: ni a Dios, que es mi Padre, suele repetir nuestro Fundador—, porque no hemos recibido el espíritu de servicio iterum in timore, para recaer en el temor, sino —son palabras de San Pablo— se nos ha dado spiritum adoptionis filiorum in quo clamamus: Abba, Pater; el espíritu de adopción de hijos, por el que clamamos: Abba, ¡Padre! (Rom. VIII, 15). Este espíritu de filiación divina, tan propio de la Obra, es el don de piedad, concedido por el Espíritu Santo: quoniam autem estis filii, misit Deus Spiritum Filii sui in corda vestra clamantem: Abba, Pater; porque sois hijos, envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que os hace clamar Abba, es decir Padre mío (Galat. IV, 6). Ipse enim Spiritus testimonium reddit spiritui nostro, quod sumus filii Dei: el mismo Espíritu Santo está dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Si autem filii, et haeredes: haeredes quidem Dei, cohaeredes autem Christi; si somos hijos de Dios, somos herederos de Dios y coherederos con Jesucristo (Rom. VIII, 16-17; cfr. Galat. IV, 7).
Nuestro Fundador nos enseña las consecuencias prácticas del espíritu de filiación divina. Ante todo, como escribe en este número de la Instrucción, nuestra obligación de ser en el mundo imitadores de Jesucristo Señor nuestro, como hijos queridísimos del mismo Padre-Dios: y, para esto, ser sinceramente piadosos, con una piedad que nos hará saltar todos los obstáculos: inter medium montium pertransibunt aquae!; ¡las aguas pasarán a través de las montañas! (Ps. CIII, 10).
Otra consecuencia: como somos coherederos con Cristo, omnia enim vestra sunt... vos autem Christi: Christus autem Dei, todo es nuestro, y nosotros de [10] Cristo, y Cristo de Dios (I Cor. III, 22-23). Luego hemos de santificar las estructuras del mundo, porque son nuestras, pero no son para nosotros, ya que nosotros somos del Señor. De aquí se deduce que, por la llamada al Opus Dei, debemos permanecer en medio de las actividades seculares —omnia vestra sunt—, cada uno en su propio estado, consagrando por vocación divina esas tareas humanas y entregándolas a Dios —vos autem Dei—, por medio de nuestro trabajo profesional de cada día, santificado y santificador.
Algunas de estas ideas sobre la filiación divina, como aspecto característico y fundamental del espíritu de la Obra, ideas sobre las que tanto ha hablado y escrito nuestro Fundador, fueron recogidas después por la Santa Sede, en el Decreto de aprobación del 16-VI-50 (pp. 26-29).
(4) El Padre escribía estas palabras en los primeros meses del año 1934, cuando tenía 32 años, y rechazaba todos los cargos eclesiásticos que le ofrecían, y las oportunidades eclesiásticas y civiles que se le brindaban, para no separarse de su misión. Rechazó canonjías, etc.: y cuando alguno le quería empujar para que hiciera oposiciones a una cátedra de la Universidad, contestó: si yo soy sacerdote cien por cien, habrá muchos otros sacerdotes cien por cien; y, además, habrá muchos buenos católicos que serán catedráticos, o empleados o campesinos —hombres y mujeres—, que servirán fielmente a la Iglesia, y serán cristianos cien por cien. — Nuestros hermanos, en aquella época, eran muy jóvenes y casi todos estudiantes.
(5) ¡Ya llegará la hora de subir! El texto es bien claro, y demuestra la gran fe en Dios: el que empezó la obra —Nuestro Señor—, la terminará. La misma fe que hacía exclamar a San Pablo: confidens hoc ipsum, quia qui coepit in vobis opus bonum, perficiet usque in diem Christi Iesu; porque yo tengo la firme confianza en que quien ha empezado en vosotros la buena obra, la llevará a cabo hasta el día de la venida de Jesucristo (Philip. I, 6).
El contexto hace ver —aunque sea innecesario comentarlo— que no se refiere el Padre a subir en el sentido humano, sino según los planes de Dios, en la economía salvífica de la Redención: Su labor —escribe— apenas se ve sobre la tierra: está debajo, crece hacia dentro, como el árbol recién plantado [11] del que casi no se ve nada, porque está echando raíces: formación, vida interior. Cuando escribió el Padre estas líneas, indudablemente tenía en la mente las palabras de Nuestro Señor: el reino de Dios es semejante a un hombre, que sembró buena simiente en su campo (Matth. XIII, 24). Ese sembrador qui seminat bonum semen, que siembra una buena semilla —explicó después el Señor a sus discípulos—, est Filius hominis, es el mismo Jesucristo (Matth. XIII, 37): ager autem est mundus, y el campo de Dios es el mundo (Matth. XIII, 38).
En su campo —el mundo— había echado el divino Sembrador la semilla. El bonum semen, la buena semilla de su Obra, el 2 de octubre de 1928. Cuando escribió el Padre esta Instrucción, la semilla divina estaba rompiendo en raíces, y empezaba a brotar en abundantes vocaciones y en obras de apostolado. Y el Padre, en su oración, meditaba en la parábola de Jesucristo: aliam parabolam proposuit eis, dicens: simile est regnum caelorum grano sinapis, quod accipiens homo seminavit in agro suo. Quod minimum quidem est omnibus seminibus; cum autem creverit, maius est omnibus oleribus, et fit arbor, ita ut volucres caeli veniant, et habitent in ramis eius; propúsoles otra parábola, diciendo: el reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que tomó en su mano un hombre —ya hemos visto que ese hombre es el Hijo de Dios— y lo sembró en su campo, el mundo. Esa semilla es, a la vista, menudísima entre todas las otras; pero cuando crece —cuando sube— viene a ser mayor que todas las legumbres y se hace árbol, de forma que las aves del cielo bajan y se posan en sus ramas (Matth. XIII, 31-32).
(6) Todo lo grande: y el Padre se refiere a los religiosos, y concretamente a los franciscanos y a los jesuitas. El amor de nuestro Padre a los religiosos ha sido desde el principio cosa bien patente. Y ha enseñado siempre a sus hijos a amar y a venerar a los religiosos: el que no tenga estos sentimientos, no es buen hijo mío, repite. Al mismo tiempo nos ha enseñado a dar gracias a Dios porque a nosotros nos ha dado otra vocación diferente. Otra vocación, que es un regalo que hemos de amar con predilección, porque nos viene de las manos de nuestro Padre-Dios.
Ese mismo cariño del Padre hacia los religiosos no le permitía humana[12]mente comprender la campaña que un conocido religioso lanzó más tarde contra la Obra: campaña de la que ya había tenido el primer aviso, cuatro años antes —en 1930—, cuando otro eclesiástico le invitó a no trabajar entre los jóvenes: ¡para esto —decía—, ya estamos nosotros!
(7) Abundan los textos evangélicos que prueban esta afirmación nada exagerada.
(8) En mayo de 1931 comenzó en España la persecución oficial contra la Iglesia, que había de culminar durante la dominación comunista —de 1936 a 1939—, en la que fueron martirizados trece obispos, más de seis mil sacerdotes y religiosos e innumerables fieles. Y la Obra nació en 1928, con entraña universal, católica, para todo el mundo y para todas las personas, cristianas o no.
(9) [13] Bien precisa queda la fecha de fundación.
— Continúan en este pasaje las ideas del número anterior. Primero, que la Obra no la ha imaginado un hombre; después, que no tiene nada que ver con la situación de la Iglesia en España, en 1931. Mucho antes, en 1917, cuando nuestro Fundador tenía sólo quince años, ya el Señor le hacía barruntar —desde aquella época tenía barruntos, dice el Padre— que quería algo especial de él. Dios Nuestro Señor se sirvió, para remover el alma del Padre, de una causa bien banal: ver, en Logroño, las pisadas sobre la nieve de un carmelita descalzo.
Después de once años de estudio, acompañado por mucha oración —Domine, ut videam!; ¡Señor, haz que vea lo que quieres de mi!, repetía el Padre— y mucho sufrimiento, en una mañana del dos de octubre, en Madrid, mientras el Padre hacía su retiro espiritual en el convento de la Milagrosa, de los padres paúles, de la calle de García de Paredes, sonaban a voleo las campanas de la vecina parroquia de Nuestra Señora de los Angeles: era la fiesta de su Patrona.
Y el Padre, mientras subía al cielo la música de esas campanas —nunca han dejado de sonar en mis oídos, dice nuestro Fundador— recibió en su corazón y en su alma la buena semilla: el divino Sembrador, Jesús, la había por fin echado de modo claro y contundente.
Once años de preparación, de sufrimiento, escribía antes: sobre todo, del más doloroso, que es el de las personas queridas. El Padre, a quien de tal modo iba preparando Nuestro Señor, se ha lamentado después algunas veces, filialmente, con Dios, diciéndole: ¡Señor, yo no soy un instrumento apto, pero, para que lo sea, siempre haces sufrir a las personas que más quiero: das un golpe en el clavo y cien en la herradura!
(10) [14] Cuando el Padre escribió esta Instrucción, en el año 1934, atravesaba España momentos muy duros para la Iglesia, que habían comenzado en 1931, y que desembocarían más tarde, en el 1936, en la guerra civil. Como consecuencia, empezaron a pulular grupos y grupitos de gentes que, llenas de buena voluntad, trataban de hacer lo que podían en servicio de la Iglesia.
El Padre, en este documento, se dirige a sus hijos y a sus hijas para poner bien de manifiesto la diferencia de la Obra no sólo respecto a las congregaciones religiosas —no había nacido el Opus Dei para sustituirlas, mientras estuvieron perseguidas: Dios había promovido la Obra el año 1928, en épocas de tranquilidad para la Iglesia, y con características y espíritu totalmente diversos a los de los religiosos—, sino también respecto a esos grupos de católicos decididos a dar la batalla a los enemigos de Cristo, mientras durara la persecución a la Iglesia.
Este es el fin de la Instrucción: no el de describir con detalle el espíritu del Opus Dei, sino el de afirmar su espíritu sobrenatural. Es decir, que la Obra no es solamente una empresa buena, pero meramente humana (cfr. n. 17), sino una labor divina, querida imperativamente por Dios (nn. 1, 7, 15, 17, 20, 23, 27, 28, 41, 45, 47-49); que es diferente tanto de las comunes asociaciones de fieles (nn. 16, 20, 25, 27) como de las congregaciones religiosas (nn. 9, 10; 14 con nota 15; 42 con nota 41; 45 con nota 44). Y, como la Obra es empresa que pide Dios, el Padre confirma en la fe a sus hijos (nn. 46-49).
(11) Es patente el pensamiento del Padre: la Obra no la ha querido Dios para suplir a los religiosos en su apostolado (n. 9), ni para que terminara siendo una nueva congregación religiosa (cfr. n. 10). Tanto el espíritu del Opus [15] Dei —santificación en y a través del trabajo ordinario, profesional—, como su modo de ejercer el apostolado, por medio de la amistad, de la confidencia, del ejemplo, con los colegas de profesión o de oficio, tomando como instrumento y como ocasión precisamente el trabajo ordinario —y todo esto hecho por gentes de la calle que no sólo no se separan del mundo, sino que deben convertirse en inyección intravenosa, puesta en el torrente circulatorio de la sociedad (n. 42)—, nos diferencian radicalmente de las congregaciones religiosas. Son espíritu y modo nuevos, respecto a los de los religiosos: y, al mismo tiempo, viejos como el Evangelio y como el Evangelio nuevos (cfr. n. 45).
(12)De este modo se ha dado lugar al nacimiento de muchas congregaciones religiosas, a lo largo de la historia: para sustituir a las órdenes o a las congregaciones, en tiempo de persecución, se creaban asociaciones, de sacerdotes o de laicos, sin hábito especial. Cuando la persecución cesaba, esas asociaciones pasaban a ser congregaciones religiosas, con votos públicos. Las palabras del Padre, en este pasaje, escrito precisamente cuando arreciaba la persecución religiosa en España, ponen de manifiesto que no era ése el caso del Opus Dei: no se trataba de crear una institución nueva, que con el tiempo llegara a convertirse en una congregación, más o menos parecida a otras ya existentes. La Obra era, desde su fundación en 1928, un fenómeno diferente.
(13) El Padre quiso desde el primer momento hacer notar cuál había de ser nuestra actitud ante el apostolado de los demás (nn. 12 y 13): respetar a todos los que trabajan por la Iglesia, y no intentar apagar las luces que se en- [16]cienden en el nombre del Señor, porque si no son de El se apagarán solas, y no es nuestro oficio juzgar a nadie.
Decía que había algunas organizaciones que se parecían exteriormente a la Obra. Cuando en 1928 el Padre supo, por fin, lo que el Señor quería de él —una nueva fundación—, sufrió mucho, porque no deseaba aparecer como Fundador: y durante muchos años ha evitado que se le llamara así. Pasado el tiempo, cuando los diversos decretos de aprobación de la Obra le daban oficialmente ese título, el Padre comenzó a decir, entre otras bromas, que era un Fundador sin fundamento.
Y aunque no le gustaba ser Fundador, porque le parecía más eficaz ser soldado de filas que hacer nuevas fundaciones, decidió ante todo cumplir la Voluntad de Dios; empezó a hacer lo que el Señor le había pedido, al mismo tiempo que buscaba asociaciones, ya existentes, en las que se hiciera eso que el Señor quería, para ofrecerse a Dios en una de esas instituciones. Había algunas, nacidas en diferentes naciones, que hacían por aquella época mucho ruido y que, por las noticias de prensa, podían ser lo que el Padre buscaba: porque, vistas de lejos, parecían exteriormente realizar lo que Dios quería que hiciera la Obra.
Se encontraba ya el Padre desde hacía bastantes meses en esa situación de ánimo —trabajando y, al mismo tiempo, buscando otras organizaciones—, cuando providencialmente —sin buscarlo— cayeron en sus manos, a fines del año 1929 y principios del 1930, folletos explicativos de muchas de esas organizaciones surgidas en diversos lugares de Europa, y se convenció de que no había ninguna que correspondiese a lo que Nuestro Señor le había pedido: o eran comunes asociaciones de fieles; o tenían espíritu, mentalidad y forma de actuar análogos a los de los religiosos; y ninguna se proponía la santificación y el apostolado por medio del trabajo profesional; o eran, finalmente, sociedades secretas.
Comprendió el Padre con claridad, poco antes del 14 de febrero de 1930 —cuando el Señor quiso la Sección femenina—, que ese deseo de buscar otra cosa era una tentación, que fue absolutamente vana, porque el Padre, desde el mismo 2 de octubre de 1928, no había dejado de trabajar por la Obra: y el Señor había ya coronado ese trabajo con vocaciones, aunque entonces el Padre no hablaba de vocación —por respeto al futuro juicio de la Iglesia— sino de necesidad de entregarse, para hacer esa labor. Más tarde escribió [17] una frase que sirve para todos: vuelve las espaldas al infame, cuando susurra en tus oídos: ¿para qué complicarte la vida? (Consideraciones espirituales, Cuenca, 1934, p. 6. El prólogo de Consideraciones espirituales es algo anterior a esta Instrucción, que estoy anotando: lleva la fecha de febrero 1934. Por eso, me parece especialmente útil para comentar este documento del Padre fijarse en aquella publicación, ya que se trata de dos escritos contemporáneos).
(14) Que sigan su camino: nos enseña el Padre a respetar la vocación de los demás. Este respeto, para nosotros no es solamente una obligación humana y cristiana: se deriva de la esencia misma de nuestra vocación, que hace a cada uno buscar la santidad en su propio estado, en el lugar en que Dios lo colocó, y que considera como una incongruencia sacar a nadie de su sitio, o desviar una vocación, si esta vocación está ya plasmada. De ahí que el Padre haya prohibido, en nuestro derecho peculiar, admitir en la Obra a quienes hayan pedido entrar en una orden o congregación religiosa, o a ex-seminaristas y [18] ex-religiosos. Esa característica esencial de nuestro espíritu —que es además, repito, norma de nuestro derecho peculiar— demuestra la falsedad en que incurrían los que afirmaban que quitábamos vocaciones a los religiosos.
Nosotros, a seguir el nuestro, firmes en la vocación. La vocación es una cosa que no se discute, como no se discute si uno es hijo de su madre. Una vez emprendido el camino, no se puede echar la vista atrás, para perderse en pensamientos inútiles. A seguir nuestro camino divino en la tierra, sin vacilaciones ni titubeos. Camino bien claro, desde el principio de la Obra. En el mundo, en todas las tareas humanas: ... enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo, que llevas en el corazón (Consideraciones espirituales, p. 1).
(15) Se ha explicado en la nota 10 que el Padre, en esta Instrucción, ha querido dejar patente que la Obra no es suya, sino de Dios, y que se diferencia tanto de las comunes asociaciones de fieles como de las congregaciones religiosas. En este pasaje no dice nuestro Fundador que hemos de ser un instituto religioso: intercala el adverbio como, y añade con todas sus consecuencias, precisamente para que quede bien claro que no hemos de ser un instituto religioso —como no significa igual a—, sino una institución que requiere una entrega, una dedicación total: éste es el significado de las palabras: con todas sus consecuencias.
No era posible entonces —era el año 1934— que el Padre explicara de otro modo las cosas: faltaban los términos canónicos precisos que luego tan activa y eficazmente contribuirá a encontrar; y que ha seguido buscando sin descanso, porque no han faltado ni faltan quienes, por ignorancia o por imprudencia, vaciaran y vacían de contenido los términos empleados por el Padre, para aplicarlos impropiamente. Es una lucha titánica, en éste y en otros muchos aspectos, la mantenida por el Padre para defender la naturaleza del fenómeno jurídico, teológico y ascético de la Obra. Por aquellos primeros años, no faltaron personas que decían, admiradas, al Padre: pero ¿quiere Vd. crear un estado canónico nuevo? La respuesta del Padre era siempre que no, porque lo que quería era que cada uno se santificara en medio del mundo y en su propio estado, sin la locura de cambiar de ambiente (Instrucción, 1-IV-934, n. 23, escrita un mes después de ésta que comentamos; y en el n. 3 del mismo docu[19]mento decía: sólo así —siendo almas de oración— vibraréis con la vibración que el espíritu de la Obra exige, haciendo que se repita muchas veces, por quienes os tratan en el ejercicio de vuestras profesiones y en vuestra actuación social, aquel comentario de Cleofás y de su compañero en Emaús: Nonne cor nostrum ardens erat in nobis, dum loqueretur in via?).
En un papel antiguo del Padre he leído que si estado es stabilis vivendi modus, buscar la perfección cristiana siguiendo unas normas determinadas, y de modo estable, es estado de perfección: pero quería que esa situación permaneciera en el fuero interno. En los años 1946 y 1947, se ultimó el estudio, ya anteriormente iniciado, que llevó a la redacción y promulgación de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, con un nuevo estado secular o jurídico de perfección, diferente del de los religiosos, y se nos concedió la aprobación que el Padre aceptó, porque urgía tener un reconocimiento de la Santa Sede. Pero al Padre no le interesaba el reconocimiento jurídico del peculiar estado de perfección, sino la busca de la perfección cristiana: así como no le interesaban los votos, sino las virtudes. Y como después de varado aquel barco de la Provida Mater Ecclesia han sido aprobados, con el título de Institutos Seculares, instituciones que en nada se diferencian de las congregaciones religiosas, o de las comunes asociaciones de fieles, ha aclarado en otro lugar los modos de decir que hemos de emplear, al hablar de nuestra entrega a Dios en la Obra.
(16) Esa catolicidad de nuestro espíritu la ha puesto nuestro Padre en la entraña misma del Opus Dei, y la ha manifestado de continuo con hechos que declaran constantemente el amor de la Obra al Papa y a la Santa Iglesia Romana.
Conmueve la fe del Padre, al leer este pasaje de la Instrucción —y la Instrucción entera—, y considerar que, cuando la escribió, no tenía más que un puñado de personas entregadas a Dios en la Obra: eran el fruto de un incansable apostolado entre multitud de personas, viejos y jóvenes, de todas las clases sociales, y de mucha oración, y de mucha penitencia. Pero desde el primer momento la entraña era universal, católica: y hoy, cuando por fin se da a la imprenta este documento, los frutos, gracias a Dios, son también [20] católicos, universales. El Padre ve extendida la Obra de Dios por casi todo el mundo.
(17) Desarrolla aquí el Padre lo que ha escrito en el número anterior de esta Instrucción, sobre el espíritu universal, católico: lo es desde el punto de vista geográfico, porque la Obra no es para una nación determinada, sino para todas; lo es también en el aspecto social, puesto que la Obra se dirige a todas las clases de la sociedad, sin clasismos ni discriminación alguna; y lo es finalmente en el campo del apostolado, ya que el celo no se ve limitado por la visión de dar remedio a necesidades concretas. Todos los quehaceres apostólicos, en cualquier parte del mundo, y en cualquier actividad humana, son el objetivo del afán de almas, que mueve a los miembros de la Obra: el apostolado de la Obra es como un mar sin orillas, dice con frecuencia el Padre.
(18) Cfr. notas 8 y 10.
(19) [21] La forma exterior que adoptan: se trataba de asociaciones de mentalidad religiosa, y creadas para sustituir a los religiosos, o para ser su longa manus. Los miembros de tales organizaciones, precisamente por las circunstancias en las que éstas habían nacido, no llevaban hábito, aunque tuvieran espíritu religioso, e incluso aspiraran a ser verdaderos religiosos, cuando llegara el momento oportuno. Otras organizaciones eran simples asociaciones de fieles. En todo caso, nada tenían que ver con el espíritu ni con el modo secular, ni con la dedicación al Señor de los miembros de la Obra: pero sembraban confusión.
(20) Es admirable ver cómo, desde los primeros tiempos de la labor, el Señor dio tanta claridad y reciedumbre para seguir nuestro camino, alejando todo confusionismo. Por este mismo motivo —para que se distinguiera entre lo que hay que hacer, porque lo pide Dios, y lo que se hace sin dedicación plena al Señor, o con fines sobrenaturales, pero por razones humanas, contingentes—, rechazó el Padre todas las peticiones que le hicieron, para que presidiera organismos de esas asociaciones, o para que fuera su asistente eclesiástico, con la seguridad de rápidas y brillantes promociones eclesiásticas. El Padre nos enseñaba a no querer hacer carrera, sino a cumplir la Voluntad de Dios.
(21) [22] Norma de caridad —de unión— en el trabajo apostólico: así comprendemos bien aquel oremus pro unitate apostolatus. — Sólo vamos a hacer el apostolado de Cristo, nunca nuestro apostolado, escribe aquí el Padre: más tarde nos repetirá con insistencia que tengamos corazón grande y brazos abiertos, considerando que no hay campos propios de apostolado: hay formas diversas de hacerlo, distinta preparación, etc., pero esto no justifica que alguien pretenda ser exclusivista. Ni lo somos nosotros, ni debemos permitir que otros lo sean.
(22) Se ve actuar la fortaleza, bajo la luz sobrenatural de la fe. Buena lección para sus hijos: si el Padre, que es el que ha recibido la luz de Dios para fundar la Obra, y que ha encarnado en su espíritu el del Opus Dei, afirma que no está en sus manos ceder, cortar o variar nada de lo que al espíritu y organización de la Obra de Dios se refiera, cuánto menos podrán variar el espíritu, o la organización, los que vengan después. Tanto aquél como ésta han de ser inmutables.
(23) [23] Se refiere el Padre a las asociaciones que, por algún tiempo —pretendían sus socios llegar a ser religiosos, más adelante— tomaban algo de nuestra forma externa, no de nuestro espíritu. El espíritu de esas asociaciones, repito, estaba modelado por algunas congregaciones religiosas, basado en el contemptus mundi y destinado a promover apostolados para suplir a los religiosos; y algunas veces se encerraban en el secreto; o no tenían sino el espíritu y el modo correspondientes a los de una común asociación de fieles. Es evidente que cabía hacerse la pregunta que formulaba el Padre en este pasaje de la Instrucción, porque esas organizaciones —llevadas por el mismo celo de sus adherentes— podían sembrar confusión: hacían decir que para qué venía nadie al Opus Dei, cuando ellos, los socios de esas instituciones, hacían ya lo que pretendía hacer la Obra. No era cierto, pero se comprende que desorientaran a algunos. La pregunta del Padre, y la respuesta que da en el número siguiente, son siempre actuales.
Es interesante hacer resaltar que el Padre, ya desde entonces, hablaba de asociaciones. No de congregaciones religiosas, que ni de lejos podían compararse con la Obra; mientras que las comunes asociaciones, por su forma externa, podían dar origen a alguna confusión.
(24) [24] Otra vez la caridad, que ha impregnado siempre nuestro trato con los demás operarios de Jesucristo. Y una manifestación patente de que el verdadero espíritu de la Obra de Dios —escribe el Padre— no ha sido nunca exclusivista, y aborrece del partido único, tanto en el apostolado como en cualquier otra actividad que Dios haya dejado a la libre discusión de los hombres.
(25) Este espíritu del Padre se ha vivido por todos heroicamente, aun en aquellos años de tribulación, cuando hubo de padecer nuestra Obra clamorosas calumnias, sufriendo la llamada contradicción de los buenos.
— Una cosa es decir mal directa o indirectamente de quienes sirven a Cristo y otra muy diferente aclarar la verdad, para que siempre resplandezca la luz de Nuestro Señor. Sin hablar mal —es decir, injustamente— de ninguno, tenemos siempre la obligación de reaccionar ante las calumnias con firmeza, por caridad con los mismos que engañan y con los que pueden quedar engañados, desorientados por los que siembran la cizaña. Y, por un deber grave de justicia con la Obra, veritatem facientes in caritate (cfr. Ephes. IV, 15), diremos siempre la verdad, con caridad. Es muy cómodo callar, pero es un deber grave hablar, cuando alguno —movido por celotipia, o por pasiones más o menos comprensibles— quiere echar sombras sobre la Obra. Porque la Obra no es nuestra, sino de Dios.
— Los que sirven a Cristo, con nosotros están: ésta es la regla de oro que nos da el Padre, para que tengamos el corazón grande, para que sepamos comprender y convivir y amar a todos: pero es evidente que los que propagan falsedades, no sirven a Nuestro Señor, con esa conducta. Y hemos de procurar que no le ofendan, haciéndoles conocer la verdad, que les hará libres de su pasión: veritas liberabit vos! (Ioann. VIII, 32).
(26) [25] Así ha sido en muchos países y así fue especialmente en España, por el trabajo directo, abnegado y gratuito del Padre, primero, y después de muchos hermanos nuestros, en tantas naciones: influjo solamente espiritual, que provenía y proviene de la dirección espiritual, de los cursos de retiro, de la labor de nuestros sacerdotes, y, excepcionalmente, del trabajo directo de los miembros laicos de la Obra: y es uno de los frutos de nuestro servicio —que nunca abandonamos— a las diócesis.
Ha dado, da y seguirá dando la Obra, en todo el mundo, impulso de vida interior a directivos de las diversas asociaciones piadosas o apostólicas de fieles, porque no somos incompatibles con nadie, y porque estamos con todos los que sirven a Cristo, como escribe el Padre en el número anterior de esta Instrucción. Pero no podemos ser un organismo de Acción Católica, porque nuestra entrega supone una vocación divina, una dedicación permanente de toda la vida a la santificación y al apostolado, y requiere una formación específica, que no se deja nunca de recibir.
Y porque el modo de nuestra acción apostólica es también diferente: no se trata de llevar a cabo, solamente, precisas consignas de labor eclesiástica de los Revmos. Ordinarios —lo hacemos gustosamente, siempre que sean compatibles con nuestra vocación, y nos sea posible atender esos deseos—, sino de santificarse con el trabajo profesional, convirtiéndolo en medio y en ocasión de buscar la perfección cristiana en el mundo, y de hacer apostolado (cfr. n. 33 de esta Instrucción).
(27) [26] Es ésta otra gran diferencia con la Acción Católica, y con otros movimientos semejantes que se promueven por la autoridad: proceden de arriba hacia abajo, y, por lo tanto, no llevan consigo una verdadera vocación divina, de la misma manera que la autoridad no está legalmente ni moralmente capacitada para imponer a los súbditos deberes vocacionales, que transformen toda su vida: no puede imponer, a un sacerdote secular, que se haga religioso; ni a un benedictino, que se haga franciscano, ni a una persona célibe, que se case, suele decir el Padre. Puede, en esos terrenos, recomendar, levantar oleadas de fervores, provocar magníficas obras de celo, pero esto no supone una vocación. La Obra, que el Señor hacía que el Padre barruntase (cfr. nota 9) antes de que el Santo Padre Pío XI hablara de la Acción Católica, va como de abajo hacia arriba (cfr. nn. 2 y 3 de esta Instrucción): da una posibilidad de un encuentro con Dios en medio de las actividades profesionales o sociales. Un encuentro, que puede convertirse en una vocación divina, aceptada libremente, con consecuencias para toda la vida.
(28) Al leer esto, escrito hace tantos años, se nos levanta el corazón hasta el cielo en acción de gracias, porque hace ver con qué seguridad filial recibió el Padre la misión que le confió Nuestro Señor —un mandato imperativo de Cristo—; y con cuánta energía había puesto su alma en el cumplimiento de esa misión. Estas líneas del Padre dan materia para mucha oración, y para una transformación personal de cada uno de nosotros.
(29) [27] Ved, ya entonces, delineadas las diversas condiciones de miembros: algunos, que han de prescindir de todo, por amor de Dios, son los que en lo humano dan la continuidad a la Obra, los que hacen que con la gracia divina sea perdurable. — Un grupo clavado en la Cruz, escribe el Padre: muchas veces nuestro Fundador comenta que no le gusta que a las contradicciones se les llame cruces, porque Dios no es un tirano que se complace en hacer sufrir, sino un Padre; y porque estar en la Cruz con Cristo no es algo negativo, que atormenta, sino una afirmación gozosa que demuestra una actitud libre: la de aceptar, porque se quiere —no a regañadientes, sino con amor— la Voluntad de Dios. Esta es la lección que nos da muchas veces nuestro Padre. Por eso, la vida de los miembros de la Obra es una vida llena de alegría sobrenatural, pase lo que pase: porque quien se entrega de veras, está junto a la Cruz de Cristo y, por consiguiente, está junto a Nuestro Señor.
Al leer estas palabras del Padre, escritas en 1934 —la Santa Cruz nos hará perdurables, siempre con el mismo espíritu del Evangelio—, no podemos dejar de recordar que la Sección femenina de la Obra nació el 14 de febrero de 1930: y que precisamente otro 14 de febrero —el del 1943— nació la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en el oratorio de la casa que entonces tenía la Sección femenina en un hotelito de la calle de Jorge Manrique 16, en Madrid, donde el Padre había ido a celebrar la Santa Misa. ¡Los sacerdotes de la Obra deberían estar bajo la protección de la Santa Cruz! Al dar gracias a Dios, y al pensar que la Sociedad Sacerdotal nació en el aniversario de la fundación de la Sección femenina, y en una casa de la Sección femenina, como para fortalecer la unión de la Obra entera, brota espontáneo en los corazones de todos nosotros —y concretamente en los de los sacerdotes, que han de ser especialmente servidores de todos y vínculo de caridad— un amor cada vez más encendido a la unidad de la Obra.
(30) Sin descender a detalles sobre nuestra espiritualidad específica, porque no es ése el propósito del Padre en esta Instrucción —como se ha comentado en la nota 10—, nos da en cuatro palabras el programa ascético, que es la razón [28] de toda nuestra eficacia. El apostolado de acción, escribe nuestro Padre, es el fruto sabroso de la oración y del sacrificio: he subrayado las palabras del Padre —de acción—, porque para nuestro Fundador no hay apostolados directos (la acción) y apostolados indirectos (la oración, el trabajo santificado, el sacrificio). Son siempre, todos, apostolados directísimos, afirma con energía.
(31) La humildad es, nos dice el Padre, la base y el principio de ese camino segurísimo, que nos llevará a la Cruz de Cristo y, con Cristo, al premio eterno. Sin humildad, nada se puede hacer, porque la soberbia excluye necesariamente la caridad y, por lo tanto, impide la unión con Dios y la eficacia en el apostolado. Nuestro Padre nos da esta receta, para llegar a adquirir esa virtud: servir al Señor, y a todas las gentes, por amor de Dios. Y añade: el darse al servicio de los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de gozo espiritual (Carta, 24-III-1930, n. 22). — Por la humillación, hasta la Cruz, es decir, hasta la gloria: el Padre escribe que este camino se debe recorrer por la Obra de Dios y por cada uno de sus miembros. Queda así preceptuada la humildad colectiva (cfr. n. 36): ya desde los primeros Reglamentos de la Obra, el Padre escribió: Deo omnís gloria! La gloria de la Obra de Dios es vivir sin gloria humana, cosa perfectamente compatible con cuanto se ha dicho en la nota 25. Y queda al mismo tiempo encarecida la humildad personal, que nos llevará a trabajar cada uno en lo suyo, sin ruido, con tenacidad, con empeño, pensando en el triunfo de la Cruz: es decir, en poner a Cristo Nuestro Señor en la entraña de todas las actividades humanas, mientras se cumple en nosotros —llamados para ser corredentores— ea quae desunt passionum Christi, lo que resta por padecer a Cristo, en bien de su cuerpo místico, que es la Iglesia (Colos. I, 24).
(32) [29] Así nos lo ha enseñado el Padre, desde el primer momento: La Obra no viene a innovar nada, ni mucho menos a reformar nada de la Iglesia: acepta con fidelidad cuanto la Iglesia señala como cierto, en la fe y en la moral de Jesucristo. No queremos librarnos de las trabas —santas— de la disciplina común de los cristianos. Queremos, por el contrario, ser con la gracia del Señor —que El me perdone esta aparente falta de humildad— los mejores hijos de la Iglesia y del Papa (Carta, 9-I-1932, n. 1).
(33) Amor a Cristo, perfectus Deus, perfectus Homo, a María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, y al Papa: el Padre no podía dejar de reafirmar, ya desde su primera Instrucción, estos rasgos tan profundamente marcados en nosotros, que son motivo y fuente de alegría. Y no era fácil hacerlo de modo más incisivo y sentido, y con menos palabras: son los amores que compendian toda la fe católica.
(34) Antes, en Consideraciones espirituales, había escrito: Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en tercer lugar, acción (p. 14). Toda acción de apostolado que no se base en la oración y en el sacrificio, corre de ordinario el riesgo de no ser apostolado, sino, a lo más, fuego fatuo, juego de palabras, artículo brillante, luces de bengala (cfr. Consideraciones espirituales, p. 26), que ni mueve las almas ni ilumina las inteligencias, para que se acerquen a Dios.
(35) [30] En el número anterior, nuestro Fundador recordaba cuál es el modo general del verdadero apostolado cristiano. Ahora explica en pocas líneas la esencia y el modo específico de la Obra. Cuando escribió estas palabras, que encerraban la doctrina que desde 1928 venía predicando, aquello parecía una locura, una herejía. Y aún sigue pareciendo a muchos cosa herética, utopía, locura. ¡Como cuando el Padre escribía, hablando de cada nueva vocación: otro loco para nuestro manicomio!
Antes, poniendo el dedo en la llaga, había escrito que era menester no salirse de su sitio, para trabajar por Dios, para hacerse santo: ¡Qué afán hay en el mundo por salirse de su sitio! ¿Qué pasaría, si cada hueso, cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar puesto distinto del que le pertenece? No es otra la razón del malestar del mundo. Persevera en tu lugar, hijo mío: desde ahí ¡cuánto podrás trabajar por el reinado efectivo de Nuestro Señor! (Consideraciones espirituales, p. 78).
La unión, la armonía entre el trabajo ordinario, la oración y la contemplación —habéis de ser almas contemplativas en medio de los quehaceres del mundo, dice el Padre—, y la consecuencia de esa unión armónica, que es el apostolado, han sido especialmente recogidas y alabadas en el Decreto de aprobación de la Obra (16 de junio de 1950), en el que la Santa Sede elogia nuestra unidad de vida. — El Padre suele decir que él ya no distingue entre la oración y el trabajo: todo es contemplación y apostolado.
(36) En esta rápida exposición de rasgos fundamentales de nuestro espíritu, no podía el Padre omitir lo que lleva tan dentro de su corazón: por [31] eso quiso que no faltara un testimonio de veneración y cariño para los Revmos. Ordinarios. Sin cauce canónico entonces la Obra —no había sendero por donde caminar y evitaba nuestro Padre cristalizar en las formas que se aplicaban siempre, porque no encajaba el Opus Dei en aquellos moldes—, los miembros de la Obra, siguiendo la enseñanza que el Padre daba con su trato continuo con la jerarquía diocesana, con su leal adhesión a los Obispos, no dejaban de manifestar con alegría su sincero cariño a los Prelados diocesanos, como fieles ejemplares. Cuando, pasado el tiempo, la Santa Sede nos concedió los medios oportunos para la necesaria autonomía interna, siempre quedaron indeleblemente en nuestro espíritu y en nuestro modo de hacer el cariño y la veneración para los Revmos. Ordinarios diocesanos.
Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás
INSTRUCCION ACERCA DEL ESPIRITU SOBRENATURAL DE LA OBRA DE DIOS
19- III - 1934
[Notas de Alvaro del Portillo (1967)]
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y de Santa María
Meus cibus est ut faciam voluntatem eius... Mi alimento es hacer su Voluntad.
(Ioann. IV, 34)
1 Carísimos:1 En mis conversaciones con vosotros repetidas veces he puesto de manifiesto que la empresa, que estamos llevando a cabo, no es una empresa humana, sino una gran empresa sobrenatural, que comenzó cumpliéndose [8] en ella a la letra cuanto se necesita para que se la pueda llamar sin jactancia la Obra de Dios;2 de la que formamos parte por elección divina —ego elegi vos (Ioann. XV, 16)—, con el fin de que seamos en el mundo imitadores de Jesucristo Señor Nuestro, sic[9] ut filii carissimi, como hijos queridísimos (Ephes. V, 1).3
2 [10] Tiene por base piedras desechadas por los que edificaron (Act. IV, 11). No encontraréis aquí altos jerarcas de la Iglesia, ni hombres de prestigio nacional.4 Su labor apenas se ve sobre la tierra: está debajo, crece hacia dentro. ¡Ya llegará la hora de subir! 5.
3 [11] Así comenzó todo lo grande: ¿quién era Francisco? ¿Los que convivieron con Ignacio en Alcalá hubieran creído en el impulso y desarrollo de su Compañía? 6.
4 [12] Volved los ojos al Santo Evangelio: a los apóstoles del Señor, inútiles, egoístas e ignorantes, ni vosotros ni yo los hubiéramos escogido para ese oficio.7
5 Ahora pasa lo mismo, y a nosotros hablaba San Pablo, cuando decía: ved, hermanos, vuestra vocación, porque no sois sabios según la carne: no muchos poderosos, no muchos nobles: sino que lo necio del mundo elige Dios, para confundir a los sabios: y lo enfermo del mundo elige Dios, para confundir a los fuertes: y lo innoble del mundo y lo despreciable elige Dios, y aquellas cosas que no son, para destruir a lo que es (I Cor. 1, 26-28).
6 La Obra de Dios no la ha imaginado un hombre, para resolver la situación lamentable de la Iglesia en España desde 1931.8
7 Hace muchos años que el Señor la inspiraba a un [13] instrumento inepto y sordo, que la vio por vez primera el día de los Santos Angeles Custodios, dos de octubre de mil novecientos veintiocho.9
8 Pero, como en tiempos de borrasca suelen nacer muchas organizaciones e institutos, que tienden a dedicarse a las distintas obras de celo que han de abandonar —ante la persecución— las órdenes y congregaciones religiosas, naturalmente España ahora no [14] es una excepción —tampoco lo fue durante el período revolucionario del siglo pasado— y vemos varios —y aun muchos— grupos de hombres y mujeres de buena voluntad decididos, con miras sobrenaturales, a dar la batalla a los enemigos de Cristo.10
9 Vendrá la paz política y social: entonces la mayor parte de esas organizaciones, ante el apostolado de los religiosos libres para su misión, desaparecerá o languidecerá: han cumplido su fin.11
10 [15] En cambio, alguna o algunas de esas organizaciones, por el entusiasmo de sus miembros o porque ya han impulsado su vida en esa dirección y cuesta rectificar, continuarán actuando, para acabar por formar una o varias congregaciones nuevas, que en nada se diferenciarán —o en muy poco— de otras ya existentes.12
11 Supongamos que, entre las organizaciones de que estoy hablando, hubiera una que se pareciese exteriormente a la Obra que Dios nos pide.13
12 [16] Aquí vienen como anillo al dedo dos textos del Santo Evangelio: porque esa organización, en algo [17] semejante a la Obra de Dios, o es de El —y entonces oíd de qué manera contesta Jesús a estas palabras de San Juan: Maestro, hemos visto a uno, echando los demonios en tu nombre, que no nos sigue, y se lo hemos prohibido. — No queráis prohibírselo: porque nadie hay que haga milagros en mi nombre y pueda hablar mal de mí. El que no está contra vosotros, por vosotros está (Marc. IX, 37-39)— o es de El, decía, o no es de El, y en este caso el Espíritu Santo nos dice claramente por San Mateo (XV, 13-14): toda plantación que no plantó mi Padre celestial será arrancada. Dejadlos: ciegos son y lazarillos de ciegos: y si un ciego guía a otro ciego, los dos caen en la fosa.
13 De todos modos, que sigan su camino: nosotros, a seguir el nuestro.14
14 [18] Conviene, sin embargo, hacer notar que no somos una organización circunstancial: hemos de ser realmente como un instituto religioso —con todas sus consecuencias—, que ha de durar hasta el fin.15
15 [19] Ni venimos a llenar una necesidad particular de un país o de un tiempo determinados, porque quiere Jesús su Obra desde el primer momento con entraña universal, católica.16
16 [20] Y ésta sí que es otra señal clara que nos diferencia de esos grupos y organizaciones que, llevando sin duda fines muy sobrenaturales, tienen un ideal limitado, con limitación geográfica, viniendo a resolver un conflicto espiritual de una determinada nación; con limitación social, dirigiendo su apostolado a una clase en particular; o con limitación del horizonte de su celo, tratando de remediar una necesidad concreta.17
17 Indudablemente muchas de esas organizaciones que han nacido ahora, como reacción natural de las almas nobles y cristianas ante la labor anticatólica de la revolución española 18 —y aun otras organizaciones más antiguas, españolas y extranjeras—, a pesar de su fin sobrenatural, son empresas meramente humanas, y, reconociendo el bien y la oportunidad de los apostolados que hacen, no puede negarse [21] (lo he vivido) que su mismo excesivo número —y la forma exterior que adoptan, muy semejante a la nuestra— contribuye a desorientar a muchas almas apostólicas,19 inquietando a los mismos directores de esas almas, que no aciertan a distinguir entre lo que hay que hacer, porque lo pide Dios, y lo que se hace, repito que con fin sobrenatural, porque las circunstancias políticas lo exigen.20
18 Así se explica que nos hayan llegado a insinuar por tres veces, con tres organizaciones distintas, la unión, decían.
19 La respuesta no pudo ser más que una: en el te[22]rreno del apostolado estaremos siempre unidos: al menos de nuestra parte no habrá dificultad, porque sólo vamos a hacer el apostolado de Cristo, nunca nuestro apostolado.21
20 Pero la unión, la confusión diré mejor, que nos proponen, no es posible desde el momento en que nosotros no hacemos una obra humana, por ser nuestra empresa divina, y como consecuencia no está en nuestras manos ceder, cortar o variar nada de lo que al espíritu y organización de la Obra de Dios se refiera.22
21 Además, humanamente hablando, enseña la experiencia que esa clase de uniones acaba de ordinario con detrimento de la caridad, rompiéndose violenta[23]mente. Es la mezcla de varios líquidos buenos de suyo, que acaso dé otro líquido agradable, pero también puede resultar un veneno.
22 ¿Que esas asociaciones de apostolado, por las razones indicadas, quizá de alguna manera van a ocasionar un perjuicio, o serán un obstáculo para la Obra? 23.
23 Mirad: no. Porque el Señor, al querer su Obra, contaba con esta dificultad; y porque nuestra vocación —que es vocación a la perfección cristiana en el mundo— es muy distinta de la de ellos. Por tanto, os digo que no tendréis el verdadero espíritu de la [24] Obra de Dios si, al encontrar en vuestro camino alguna de aquellas hermosas asociaciones, no las alabáis como merecen.24
24 Y, aun cuando lo creo innecesario —porque os conozco—, en absoluto prohíbo que se diga mal directa o indirectamente de quienes, al no estar contra nosotros, porque sirven a Cristo, con nosotros están.25
25 [25] Nunca seremos ningún organismo de la Acción Católica, y menos de la Acción Católica de una nación determinada, aunque necesariamente con el tiempo habremos de influir —y no poco— en la Acción Católica de cada país.26
26 Antes de que nuestro Santo Padre el Papa Pío XI hablara —con gran consuelo de mi alma— del apostolado seglar, levantando con su voz como un soplo del Espíritu Santo oleadas de fervores, que han traído [26] al mundo tantas y tan magníficas obras de celo, Jesús había inspirado su Obra.27
27 Por consiguiente, no olvidéis, hijos míos, que no somos almas que se unen a otras almas, para hacer una cosa buena. Esto es mucho... pero es poco. Somos apóstoles que cumplimos un mandato imperativo de Cristo.28
28 Y nuestro Señor no quiere una personalidad efímera para su Obra: nos pide una personalidad inmortal, porque quiere que en ella —en la Obra— [27] haya un grupo clavado en la Cruz:29 la Santa Cruz nos hará perdurables, siempre con el mismo espíritu del Evangelio, que traerá el apostolado de acción como fruto sabroso de la oración y del sacrificio.30
29 [28] De este modo se vuelve a vivir, por la Obra de Dios y por cada uno de sus miembros, aquel secreto divino que enseñaba San Pablo a los de Filipo (II, 5-11), camino segurísimo de la inmortalidad y de la gloria: por la humillación, hasta la Cruz: desde la Cruz, con Cristo, a la gloria inmortal del Padre.31
30 El espíritu de la Obra de Dios, tanto en su entraña como en su actuación, se acomoda absolutamente [29] y sin reservas a la doctrina del Salvador y al sentir de nuestra Madre la Iglesia.32
31 Cristo. María. El Papa. ¿No acabamos de indicar, en tres palabras, los amores que compendian toda la fe católica? 33.
32 Oración. Expiación. Acción. ¿Acaso ha tenido, ni puede tener jamás, otro modo de ser el verdadero apostolado cristiano?34.
33 Unir el trabajo profesional con la lucha ascética y con la contemplación —cosa que puede pa[30]recer imposible, pero que es necesaria, para contribuir a reconciliar el mundo con Dios—, y convertir ese trabajo ordinario en instrumento de santificación personal y de apostolado. ¿No es éste un ideal noble y grande, por el que vale la pena dar la vida? 35.
34 Adhesión sincera y generosa a los Obispos en comunión con la Santa Sede, a quienes puso el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios (Act. XX, 28).36
35 [31] En las líneas anteriores van expuestos por completo nuestros ideales. Consecuencias necesarias de estos ideales son los fines, que lleva a la práctica la Obra.
36 Hemos de dar a Dios toda la gloria. El lo quiere: gloriam meam alteri non dabo, mi gloria no la daré a otro (Isai. XLII, 8). Y por eso queremos nosotros que Cristo reine, ya que per ipsum, et cum ipso, et in ipso, est tibi Deo Patri Omnipotenti in unitate Spiritus Sancti omnis honor et gloria; por El, y con El, y en El, es para ti Dios Padre Omnipotente en unidad del Espíritu Santo todo honor y gloria (Canon de la Misa).37
37 Y exigencia de su gloria y de su reinado es que todos, con Pedro, vayan a Jesús por María.38
38 [32] Hijos míos: Fe.
Yo os aseguro que cualquiera que dijere a este monte: quítate, y échate en el mar, y no dudare en su corazón, mas creyere que se hará cuanto dijere, todo le será hecho. Por tanto, os digo que todas las cosas que pidiereis orando, creed que las recibiréis, y os vendrán (Marc. XI, 23 y 24).
39 La Fe es virtud fundamental: fides tua te salvum fecit, tu fe te ha hecho salvo (Luc. XVII, 19). Con la Fe y el Amor, somos capaces de chiflar a Dios, que se vuelve otra vez loco —ya fue loco en la Cruz, y es loco cada día en la Hostia—, mimándonos como un Padre a su hijo primogénito.
40 Son palabras del Papa Pío XI: el Señor, de los males saca bienes; y de los grandes males, grandes bienes.39
41 [33] De este cataclismo mundial, sólo comparable al que Lutero produjo, ha querido el Señor sacar la Obra que desde hace años inspiraba.40
42 La enfermedad es extraordinaria, y extraordinaria es también la medicina. Somos una inyección intravenosa, puesta en el torrente circulatorio de la sociedad, para que vayáis —hombres y mujeres de Dios— con la sal y la luz de los seguidores de los consejos evangélicos, a inmunizar de corrupción a todos los mortales y a iluminar con luces de Cristo todas las inteligencias.41
43 [34] Siempre Jesús hizo que los suyos se acomodaran a los tiempos:42 universal fue, en los primeros religiosos cristianos, el retiro del desierto o del monasterio.
44 Francisco hace universal el tipo de fraile corretón, andando camino adelante para predicar a Cristo. Domingo ilumina, con sus hijos, las universidades de Europa. Más tarde los teatinos, los barnabitas, los jesuitas y los somascos, sin coro y con [35] vestidos de clérigos seculares sus miembros, trabajan por las almas con nuevas labores de apostolado.43
45 Ahora, mediante un impulso divino y universal también, está surgiendo una milicia, vieja como el Evangelio y como el Evangelio nueva, que tiene soldados sin hábito exterior ninguno, que a veces serán monjes, y a veces frailes corretones que andarán todos los caminos de la vida. Hombres y mujeres que, en su propio estado y profesión, intelectual o no, serán a veces sabios y siempre doctos, bien preparados; y harán con la ciencia, con el trabajo profesional y con el ejemplo de una vida coherentemente cristiana, la apología más fervorosa de la Fe.44
46 [36] Voy a terminar, pero antes querría grabar a fuego en vuestras almas estas tres consideraciones:45
47 [37] 1) La Obra de Dios viene a cumplir la Voluntad de Dios. Por tanto, tened una profunda convicción de que el cielo está empeñado en que se realice.
48 2) Cuando Dios Nuestro Señor proyecta alguna obra en favor de los hombres, piensa primeramente en las personas que ha de utilizar como instrumentos... y les comunica las gracias convenientes.46
49 3) Esa convicción sobrenatural de la divinidad de la empresa acabará por daros un entusiasmo y amor tan intenso por la Obra, que os sentiréis dichosísimos sacrificándoos para que se realice.47
Gaudium cum pace, emendationem vitae, spatium [38] verae poenitentiae, gratiam et consolationem Sancti Spiritus, atque in Opere Dei perseverantiam, tribuat vobis omnipotens et misericors Dominus.
Mariano 48
Madrid - Fiesta de San José, nuestro Padre y Señor - 1934.
(1) [7] La Sección femenina del Opus Dei desarrolla en medio del mundo, entre las mujeres, apostolados idénticos a los que ejercita la Sección de varones entre los hombres: con igualdad de espíritu siempre, y muchas veces también de método. Lleva a cabo además la Sección femenina algunos apostolados propios y específicos, de los que habla la Santa Sede, en el Decreto de aprobación del 16 de junio de 1950, en el que vienen enumeradas algunas de esas tareas de apostolado propias (pp. 23-25). En el mismo Decreto se lee: Mulieres omnes ac singulae non solum specificum apostolatum exercent, sed praeterea communi apostolatui Operis Dei, rationibus et modis quae donis naturae et gratiae ipsis a Domino largitis adaequate respondent, cooperari debent (p. 23). Por eso, las Instrucciones y los demás documentos que nuestro Padre escribe van, por lo general, dirigidos a las dos Secciones de la Obra, conforme a la norma señalada por el Fundador concretamente para nuestro derecho peculiar, donde encontramos el criterio que debe ser aplicado congrua congruis referendo a los otros documentos del Padre: Quae de viris hoc in Codice statuuntur, etsi masculino vocabulo expressa, valent etiam pari iure de mulieribus, nisi ex contextu sermonis vel ex rei natura aliud constet, aut explicite in parte hac Codicis iuris peculiaris specialia praescripta ferantur.
(2) [8] Si hubiera sido posible, no quería el Padre que la Obra se llamara de ninguna manera. Sin nombre, con humildad colectiva hasta en esto. Pero, en medio de la vida social de la Iglesia y de las naciones, no era posible: y entonces pensó que convendría denominarla de modo que no fuera fácil sacar un apelativo común para los socios, que seguían y necesariamente habrían de seguir en el mundo con sus nombres de familia, con su profesión y las otras circunstancias personales, sin añadidura de siglas ni calificativos, que son propios de los religiosos, pero que no convenían en absoluto a los miembros del Opus Dei, por la sencilla razón de que los sacerdotes seculares y los laicos corrientes —que eso son los socios de la Obra: ni son religiosos, ni viven ni actúan como los religiosos; los veneran, pero siguen su vocación totalmente diferente— no usan siglas para diferenciarse de los demás.
El Padre no quería que sus hijos se singularizaran ni distinguieran sino por el bonus odor Christi de su dedicación íntima a Dios, que pertenece al terreno de sus conciencias. Por eso nuestro Padre prohibió —desde 1928— el uso de siglas; y si alguno ajeno a nuestra Familia, dirigiéndose a un miembro de la Obra, las ha empleado, siempre se ha hecho la oportuna protesta de palabra o por escrito, diciendo que ni queremos ni podemos usar siglas o apelativos.
La oposición a emplear siglas tiene otra razón: que cada uno de los socios del Opus Dei actúa con libertad y con personal responsabilidad, y además con la condición precisa de no representar nunca, en su trabajo, a la Asociación. La Asociación responde tan sólo de la vida cristiana de sus socios, y de las obras corporativas que se hacen siempre en nombre de la Obra.
Después no se ocupó más de ese asunto, del nombre de la Obra, y así, llamándola sencillamente la Obra, llegó el 1930. En este año, alguien preguntó al Padre: ¿Cómo va esa Obra de Dios? Fue una llamarada de claridad: puesto que debería llevar uno, ése era el nombre: Obra de Dios, Opus Dei, operatio Dei, trabajo de Dios; trabajo profesional, ordinario, hecho por personas que se saben instrumentos de Dios; trabajo realizado sin abandonar los afanes del mundo, pero convertido en oración y en alabanza del Señor —Opus Dei— en todas las encrucijadas de los caminos de los hombres.
(3) [9] En este primer número de la Instrucción, expone nuestro Fundador, con pocas palabras, dos ideas fundamentales. La primera, que la Obra no es cosa inventada por un hombre, sino querida por Dios: es Obra de Dios (cfr. nn. 6 y 7 de esta Instrucción). La segunda idea, es mostrar desde el principio una faceta esencial, básica, del espíritu de la Obra: la filiación divina.
Quizá más adelante se indicará cómo empezó en el Padre —y después, en nosotros, sus hijos— este espíritu de filiación divina, fuertemente sentido, que nos lleva a vivir vida de fe —omnes enim filii Dei estis per fidem, somos todos hijos de Dios por la fe (Galat. III, 26)— y a procurar obrar rectamente, porque quicumque enim Spiritu Dei aguntur, ii sunt filii Dei; todos los que se rigen por el espíritu de Dios, los que procuran actuar como Dios quiere, ésos son los hijos de Dios (Rom. VIII, 14).
El espíritu de filiación divina hace trabajar sin temor —no tengo miedo a nada ni a nadie: ni a Dios, que es mi Padre, suele repetir nuestro Fundador—, porque no hemos recibido el espíritu de servicio iterum in timore, para recaer en el temor, sino —son palabras de San Pablo— se nos ha dado spiritum adoptionis filiorum in quo clamamus: Abba, Pater; el espíritu de adopción de hijos, por el que clamamos: Abba, ¡Padre! (Rom. VIII, 15). Este espíritu de filiación divina, tan propio de la Obra, es el don de piedad, concedido por el Espíritu Santo: quoniam autem estis filii, misit Deus Spiritum Filii sui in corda vestra clamantem: Abba, Pater; porque sois hijos, envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que os hace clamar Abba, es decir Padre mío (Galat. IV, 6). Ipse enim Spiritus testimonium reddit spiritui nostro, quod sumus filii Dei: el mismo Espíritu Santo está dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Si autem filii, et haeredes: haeredes quidem Dei, cohaeredes autem Christi; si somos hijos de Dios, somos herederos de Dios y coherederos con Jesucristo (Rom. VIII, 16-17; cfr. Galat. IV, 7).
Nuestro Fundador nos enseña las consecuencias prácticas del espíritu de filiación divina. Ante todo, como escribe en este número de la Instrucción, nuestra obligación de ser en el mundo imitadores de Jesucristo Señor nuestro, como hijos queridísimos del mismo Padre-Dios: y, para esto, ser sinceramente piadosos, con una piedad que nos hará saltar todos los obstáculos: inter medium montium pertransibunt aquae!; ¡las aguas pasarán a través de las montañas! (Ps. CIII, 10).
Otra consecuencia: como somos coherederos con Cristo, omnia enim vestra sunt... vos autem Christi: Christus autem Dei, todo es nuestro, y nosotros de [10] Cristo, y Cristo de Dios (I Cor. III, 22-23). Luego hemos de santificar las estructuras del mundo, porque son nuestras, pero no son para nosotros, ya que nosotros somos del Señor. De aquí se deduce que, por la llamada al Opus Dei, debemos permanecer en medio de las actividades seculares —omnia vestra sunt—, cada uno en su propio estado, consagrando por vocación divina esas tareas humanas y entregándolas a Dios —vos autem Dei—, por medio de nuestro trabajo profesional de cada día, santificado y santificador.
Algunas de estas ideas sobre la filiación divina, como aspecto característico y fundamental del espíritu de la Obra, ideas sobre las que tanto ha hablado y escrito nuestro Fundador, fueron recogidas después por la Santa Sede, en el Decreto de aprobación del 16-VI-50 (pp. 26-29).
(4) El Padre escribía estas palabras en los primeros meses del año 1934, cuando tenía 32 años, y rechazaba todos los cargos eclesiásticos que le ofrecían, y las oportunidades eclesiásticas y civiles que se le brindaban, para no separarse de su misión. Rechazó canonjías, etc.: y cuando alguno le quería empujar para que hiciera oposiciones a una cátedra de la Universidad, contestó: si yo soy sacerdote cien por cien, habrá muchos otros sacerdotes cien por cien; y, además, habrá muchos buenos católicos que serán catedráticos, o empleados o campesinos —hombres y mujeres—, que servirán fielmente a la Iglesia, y serán cristianos cien por cien. — Nuestros hermanos, en aquella época, eran muy jóvenes y casi todos estudiantes.
(5) ¡Ya llegará la hora de subir! El texto es bien claro, y demuestra la gran fe en Dios: el que empezó la obra —Nuestro Señor—, la terminará. La misma fe que hacía exclamar a San Pablo: confidens hoc ipsum, quia qui coepit in vobis opus bonum, perficiet usque in diem Christi Iesu; porque yo tengo la firme confianza en que quien ha empezado en vosotros la buena obra, la llevará a cabo hasta el día de la venida de Jesucristo (Philip. I, 6).
El contexto hace ver —aunque sea innecesario comentarlo— que no se refiere el Padre a subir en el sentido humano, sino según los planes de Dios, en la economía salvífica de la Redención: Su labor —escribe— apenas se ve sobre la tierra: está debajo, crece hacia dentro, como el árbol recién plantado [11] del que casi no se ve nada, porque está echando raíces: formación, vida interior. Cuando escribió el Padre estas líneas, indudablemente tenía en la mente las palabras de Nuestro Señor: el reino de Dios es semejante a un hombre, que sembró buena simiente en su campo (Matth. XIII, 24). Ese sembrador qui seminat bonum semen, que siembra una buena semilla —explicó después el Señor a sus discípulos—, est Filius hominis, es el mismo Jesucristo (Matth. XIII, 37): ager autem est mundus, y el campo de Dios es el mundo (Matth. XIII, 38).
En su campo —el mundo— había echado el divino Sembrador la semilla. El bonum semen, la buena semilla de su Obra, el 2 de octubre de 1928. Cuando escribió el Padre esta Instrucción, la semilla divina estaba rompiendo en raíces, y empezaba a brotar en abundantes vocaciones y en obras de apostolado. Y el Padre, en su oración, meditaba en la parábola de Jesucristo: aliam parabolam proposuit eis, dicens: simile est regnum caelorum grano sinapis, quod accipiens homo seminavit in agro suo. Quod minimum quidem est omnibus seminibus; cum autem creverit, maius est omnibus oleribus, et fit arbor, ita ut volucres caeli veniant, et habitent in ramis eius; propúsoles otra parábola, diciendo: el reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que tomó en su mano un hombre —ya hemos visto que ese hombre es el Hijo de Dios— y lo sembró en su campo, el mundo. Esa semilla es, a la vista, menudísima entre todas las otras; pero cuando crece —cuando sube— viene a ser mayor que todas las legumbres y se hace árbol, de forma que las aves del cielo bajan y se posan en sus ramas (Matth. XIII, 31-32).
(6) Todo lo grande: y el Padre se refiere a los religiosos, y concretamente a los franciscanos y a los jesuitas. El amor de nuestro Padre a los religiosos ha sido desde el principio cosa bien patente. Y ha enseñado siempre a sus hijos a amar y a venerar a los religiosos: el que no tenga estos sentimientos, no es buen hijo mío, repite. Al mismo tiempo nos ha enseñado a dar gracias a Dios porque a nosotros nos ha dado otra vocación diferente. Otra vocación, que es un regalo que hemos de amar con predilección, porque nos viene de las manos de nuestro Padre-Dios.
Ese mismo cariño del Padre hacia los religiosos no le permitía humana[12]mente comprender la campaña que un conocido religioso lanzó más tarde contra la Obra: campaña de la que ya había tenido el primer aviso, cuatro años antes —en 1930—, cuando otro eclesiástico le invitó a no trabajar entre los jóvenes: ¡para esto —decía—, ya estamos nosotros!
(7) Abundan los textos evangélicos que prueban esta afirmación nada exagerada.
(8) En mayo de 1931 comenzó en España la persecución oficial contra la Iglesia, que había de culminar durante la dominación comunista —de 1936 a 1939—, en la que fueron martirizados trece obispos, más de seis mil sacerdotes y religiosos e innumerables fieles. Y la Obra nació en 1928, con entraña universal, católica, para todo el mundo y para todas las personas, cristianas o no.
(9) [13] Bien precisa queda la fecha de fundación.
— Continúan en este pasaje las ideas del número anterior. Primero, que la Obra no la ha imaginado un hombre; después, que no tiene nada que ver con la situación de la Iglesia en España, en 1931. Mucho antes, en 1917, cuando nuestro Fundador tenía sólo quince años, ya el Señor le hacía barruntar —desde aquella época tenía barruntos, dice el Padre— que quería algo especial de él. Dios Nuestro Señor se sirvió, para remover el alma del Padre, de una causa bien banal: ver, en Logroño, las pisadas sobre la nieve de un carmelita descalzo.
Después de once años de estudio, acompañado por mucha oración —Domine, ut videam!; ¡Señor, haz que vea lo que quieres de mi!, repetía el Padre— y mucho sufrimiento, en una mañana del dos de octubre, en Madrid, mientras el Padre hacía su retiro espiritual en el convento de la Milagrosa, de los padres paúles, de la calle de García de Paredes, sonaban a voleo las campanas de la vecina parroquia de Nuestra Señora de los Angeles: era la fiesta de su Patrona.
Y el Padre, mientras subía al cielo la música de esas campanas —nunca han dejado de sonar en mis oídos, dice nuestro Fundador— recibió en su corazón y en su alma la buena semilla: el divino Sembrador, Jesús, la había por fin echado de modo claro y contundente.
Once años de preparación, de sufrimiento, escribía antes: sobre todo, del más doloroso, que es el de las personas queridas. El Padre, a quien de tal modo iba preparando Nuestro Señor, se ha lamentado después algunas veces, filialmente, con Dios, diciéndole: ¡Señor, yo no soy un instrumento apto, pero, para que lo sea, siempre haces sufrir a las personas que más quiero: das un golpe en el clavo y cien en la herradura!
(10) [14] Cuando el Padre escribió esta Instrucción, en el año 1934, atravesaba España momentos muy duros para la Iglesia, que habían comenzado en 1931, y que desembocarían más tarde, en el 1936, en la guerra civil. Como consecuencia, empezaron a pulular grupos y grupitos de gentes que, llenas de buena voluntad, trataban de hacer lo que podían en servicio de la Iglesia.
El Padre, en este documento, se dirige a sus hijos y a sus hijas para poner bien de manifiesto la diferencia de la Obra no sólo respecto a las congregaciones religiosas —no había nacido el Opus Dei para sustituirlas, mientras estuvieron perseguidas: Dios había promovido la Obra el año 1928, en épocas de tranquilidad para la Iglesia, y con características y espíritu totalmente diversos a los de los religiosos—, sino también respecto a esos grupos de católicos decididos a dar la batalla a los enemigos de Cristo, mientras durara la persecución a la Iglesia.
Este es el fin de la Instrucción: no el de describir con detalle el espíritu del Opus Dei, sino el de afirmar su espíritu sobrenatural. Es decir, que la Obra no es solamente una empresa buena, pero meramente humana (cfr. n. 17), sino una labor divina, querida imperativamente por Dios (nn. 1, 7, 15, 17, 20, 23, 27, 28, 41, 45, 47-49); que es diferente tanto de las comunes asociaciones de fieles (nn. 16, 20, 25, 27) como de las congregaciones religiosas (nn. 9, 10; 14 con nota 15; 42 con nota 41; 45 con nota 44). Y, como la Obra es empresa que pide Dios, el Padre confirma en la fe a sus hijos (nn. 46-49).
(11) Es patente el pensamiento del Padre: la Obra no la ha querido Dios para suplir a los religiosos en su apostolado (n. 9), ni para que terminara siendo una nueva congregación religiosa (cfr. n. 10). Tanto el espíritu del Opus [15] Dei —santificación en y a través del trabajo ordinario, profesional—, como su modo de ejercer el apostolado, por medio de la amistad, de la confidencia, del ejemplo, con los colegas de profesión o de oficio, tomando como instrumento y como ocasión precisamente el trabajo ordinario —y todo esto hecho por gentes de la calle que no sólo no se separan del mundo, sino que deben convertirse en inyección intravenosa, puesta en el torrente circulatorio de la sociedad (n. 42)—, nos diferencian radicalmente de las congregaciones religiosas. Son espíritu y modo nuevos, respecto a los de los religiosos: y, al mismo tiempo, viejos como el Evangelio y como el Evangelio nuevos (cfr. n. 45).
(12)De este modo se ha dado lugar al nacimiento de muchas congregaciones religiosas, a lo largo de la historia: para sustituir a las órdenes o a las congregaciones, en tiempo de persecución, se creaban asociaciones, de sacerdotes o de laicos, sin hábito especial. Cuando la persecución cesaba, esas asociaciones pasaban a ser congregaciones religiosas, con votos públicos. Las palabras del Padre, en este pasaje, escrito precisamente cuando arreciaba la persecución religiosa en España, ponen de manifiesto que no era ése el caso del Opus Dei: no se trataba de crear una institución nueva, que con el tiempo llegara a convertirse en una congregación, más o menos parecida a otras ya existentes. La Obra era, desde su fundación en 1928, un fenómeno diferente.
(13) El Padre quiso desde el primer momento hacer notar cuál había de ser nuestra actitud ante el apostolado de los demás (nn. 12 y 13): respetar a todos los que trabajan por la Iglesia, y no intentar apagar las luces que se en- [16]cienden en el nombre del Señor, porque si no son de El se apagarán solas, y no es nuestro oficio juzgar a nadie.
Decía que había algunas organizaciones que se parecían exteriormente a la Obra. Cuando en 1928 el Padre supo, por fin, lo que el Señor quería de él —una nueva fundación—, sufrió mucho, porque no deseaba aparecer como Fundador: y durante muchos años ha evitado que se le llamara así. Pasado el tiempo, cuando los diversos decretos de aprobación de la Obra le daban oficialmente ese título, el Padre comenzó a decir, entre otras bromas, que era un Fundador sin fundamento.
Y aunque no le gustaba ser Fundador, porque le parecía más eficaz ser soldado de filas que hacer nuevas fundaciones, decidió ante todo cumplir la Voluntad de Dios; empezó a hacer lo que el Señor le había pedido, al mismo tiempo que buscaba asociaciones, ya existentes, en las que se hiciera eso que el Señor quería, para ofrecerse a Dios en una de esas instituciones. Había algunas, nacidas en diferentes naciones, que hacían por aquella época mucho ruido y que, por las noticias de prensa, podían ser lo que el Padre buscaba: porque, vistas de lejos, parecían exteriormente realizar lo que Dios quería que hiciera la Obra.
Se encontraba ya el Padre desde hacía bastantes meses en esa situación de ánimo —trabajando y, al mismo tiempo, buscando otras organizaciones—, cuando providencialmente —sin buscarlo— cayeron en sus manos, a fines del año 1929 y principios del 1930, folletos explicativos de muchas de esas organizaciones surgidas en diversos lugares de Europa, y se convenció de que no había ninguna que correspondiese a lo que Nuestro Señor le había pedido: o eran comunes asociaciones de fieles; o tenían espíritu, mentalidad y forma de actuar análogos a los de los religiosos; y ninguna se proponía la santificación y el apostolado por medio del trabajo profesional; o eran, finalmente, sociedades secretas.
Comprendió el Padre con claridad, poco antes del 14 de febrero de 1930 —cuando el Señor quiso la Sección femenina—, que ese deseo de buscar otra cosa era una tentación, que fue absolutamente vana, porque el Padre, desde el mismo 2 de octubre de 1928, no había dejado de trabajar por la Obra: y el Señor había ya coronado ese trabajo con vocaciones, aunque entonces el Padre no hablaba de vocación —por respeto al futuro juicio de la Iglesia— sino de necesidad de entregarse, para hacer esa labor. Más tarde escribió [17] una frase que sirve para todos: vuelve las espaldas al infame, cuando susurra en tus oídos: ¿para qué complicarte la vida? (Consideraciones espirituales, Cuenca, 1934, p. 6. El prólogo de Consideraciones espirituales es algo anterior a esta Instrucción, que estoy anotando: lleva la fecha de febrero 1934. Por eso, me parece especialmente útil para comentar este documento del Padre fijarse en aquella publicación, ya que se trata de dos escritos contemporáneos).
(14) Que sigan su camino: nos enseña el Padre a respetar la vocación de los demás. Este respeto, para nosotros no es solamente una obligación humana y cristiana: se deriva de la esencia misma de nuestra vocación, que hace a cada uno buscar la santidad en su propio estado, en el lugar en que Dios lo colocó, y que considera como una incongruencia sacar a nadie de su sitio, o desviar una vocación, si esta vocación está ya plasmada. De ahí que el Padre haya prohibido, en nuestro derecho peculiar, admitir en la Obra a quienes hayan pedido entrar en una orden o congregación religiosa, o a ex-seminaristas y [18] ex-religiosos. Esa característica esencial de nuestro espíritu —que es además, repito, norma de nuestro derecho peculiar— demuestra la falsedad en que incurrían los que afirmaban que quitábamos vocaciones a los religiosos.
Nosotros, a seguir el nuestro, firmes en la vocación. La vocación es una cosa que no se discute, como no se discute si uno es hijo de su madre. Una vez emprendido el camino, no se puede echar la vista atrás, para perderse en pensamientos inútiles. A seguir nuestro camino divino en la tierra, sin vacilaciones ni titubeos. Camino bien claro, desde el principio de la Obra. En el mundo, en todas las tareas humanas: ... enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo, que llevas en el corazón (Consideraciones espirituales, p. 1).
(15) Se ha explicado en la nota 10 que el Padre, en esta Instrucción, ha querido dejar patente que la Obra no es suya, sino de Dios, y que se diferencia tanto de las comunes asociaciones de fieles como de las congregaciones religiosas. En este pasaje no dice nuestro Fundador que hemos de ser un instituto religioso: intercala el adverbio como, y añade con todas sus consecuencias, precisamente para que quede bien claro que no hemos de ser un instituto religioso —como no significa igual a—, sino una institución que requiere una entrega, una dedicación total: éste es el significado de las palabras: con todas sus consecuencias.
No era posible entonces —era el año 1934— que el Padre explicara de otro modo las cosas: faltaban los términos canónicos precisos que luego tan activa y eficazmente contribuirá a encontrar; y que ha seguido buscando sin descanso, porque no han faltado ni faltan quienes, por ignorancia o por imprudencia, vaciaran y vacían de contenido los términos empleados por el Padre, para aplicarlos impropiamente. Es una lucha titánica, en éste y en otros muchos aspectos, la mantenida por el Padre para defender la naturaleza del fenómeno jurídico, teológico y ascético de la Obra. Por aquellos primeros años, no faltaron personas que decían, admiradas, al Padre: pero ¿quiere Vd. crear un estado canónico nuevo? La respuesta del Padre era siempre que no, porque lo que quería era que cada uno se santificara en medio del mundo y en su propio estado, sin la locura de cambiar de ambiente (Instrucción, 1-IV-934, n. 23, escrita un mes después de ésta que comentamos; y en el n. 3 del mismo docu[19]mento decía: sólo así —siendo almas de oración— vibraréis con la vibración que el espíritu de la Obra exige, haciendo que se repita muchas veces, por quienes os tratan en el ejercicio de vuestras profesiones y en vuestra actuación social, aquel comentario de Cleofás y de su compañero en Emaús: Nonne cor nostrum ardens erat in nobis, dum loqueretur in via?).
En un papel antiguo del Padre he leído que si estado es stabilis vivendi modus, buscar la perfección cristiana siguiendo unas normas determinadas, y de modo estable, es estado de perfección: pero quería que esa situación permaneciera en el fuero interno. En los años 1946 y 1947, se ultimó el estudio, ya anteriormente iniciado, que llevó a la redacción y promulgación de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, con un nuevo estado secular o jurídico de perfección, diferente del de los religiosos, y se nos concedió la aprobación que el Padre aceptó, porque urgía tener un reconocimiento de la Santa Sede. Pero al Padre no le interesaba el reconocimiento jurídico del peculiar estado de perfección, sino la busca de la perfección cristiana: así como no le interesaban los votos, sino las virtudes. Y como después de varado aquel barco de la Provida Mater Ecclesia han sido aprobados, con el título de Institutos Seculares, instituciones que en nada se diferencian de las congregaciones religiosas, o de las comunes asociaciones de fieles, ha aclarado en otro lugar los modos de decir que hemos de emplear, al hablar de nuestra entrega a Dios en la Obra.
(16) Esa catolicidad de nuestro espíritu la ha puesto nuestro Padre en la entraña misma del Opus Dei, y la ha manifestado de continuo con hechos que declaran constantemente el amor de la Obra al Papa y a la Santa Iglesia Romana.
Conmueve la fe del Padre, al leer este pasaje de la Instrucción —y la Instrucción entera—, y considerar que, cuando la escribió, no tenía más que un puñado de personas entregadas a Dios en la Obra: eran el fruto de un incansable apostolado entre multitud de personas, viejos y jóvenes, de todas las clases sociales, y de mucha oración, y de mucha penitencia. Pero desde el primer momento la entraña era universal, católica: y hoy, cuando por fin se da a la imprenta este documento, los frutos, gracias a Dios, son también [20] católicos, universales. El Padre ve extendida la Obra de Dios por casi todo el mundo.
(17) Desarrolla aquí el Padre lo que ha escrito en el número anterior de esta Instrucción, sobre el espíritu universal, católico: lo es desde el punto de vista geográfico, porque la Obra no es para una nación determinada, sino para todas; lo es también en el aspecto social, puesto que la Obra se dirige a todas las clases de la sociedad, sin clasismos ni discriminación alguna; y lo es finalmente en el campo del apostolado, ya que el celo no se ve limitado por la visión de dar remedio a necesidades concretas. Todos los quehaceres apostólicos, en cualquier parte del mundo, y en cualquier actividad humana, son el objetivo del afán de almas, que mueve a los miembros de la Obra: el apostolado de la Obra es como un mar sin orillas, dice con frecuencia el Padre.
(18) Cfr. notas 8 y 10.
(19) [21] La forma exterior que adoptan: se trataba de asociaciones de mentalidad religiosa, y creadas para sustituir a los religiosos, o para ser su longa manus. Los miembros de tales organizaciones, precisamente por las circunstancias en las que éstas habían nacido, no llevaban hábito, aunque tuvieran espíritu religioso, e incluso aspiraran a ser verdaderos religiosos, cuando llegara el momento oportuno. Otras organizaciones eran simples asociaciones de fieles. En todo caso, nada tenían que ver con el espíritu ni con el modo secular, ni con la dedicación al Señor de los miembros de la Obra: pero sembraban confusión.
(20) Es admirable ver cómo, desde los primeros tiempos de la labor, el Señor dio tanta claridad y reciedumbre para seguir nuestro camino, alejando todo confusionismo. Por este mismo motivo —para que se distinguiera entre lo que hay que hacer, porque lo pide Dios, y lo que se hace sin dedicación plena al Señor, o con fines sobrenaturales, pero por razones humanas, contingentes—, rechazó el Padre todas las peticiones que le hicieron, para que presidiera organismos de esas asociaciones, o para que fuera su asistente eclesiástico, con la seguridad de rápidas y brillantes promociones eclesiásticas. El Padre nos enseñaba a no querer hacer carrera, sino a cumplir la Voluntad de Dios.
(21) [22] Norma de caridad —de unión— en el trabajo apostólico: así comprendemos bien aquel oremus pro unitate apostolatus. — Sólo vamos a hacer el apostolado de Cristo, nunca nuestro apostolado, escribe aquí el Padre: más tarde nos repetirá con insistencia que tengamos corazón grande y brazos abiertos, considerando que no hay campos propios de apostolado: hay formas diversas de hacerlo, distinta preparación, etc., pero esto no justifica que alguien pretenda ser exclusivista. Ni lo somos nosotros, ni debemos permitir que otros lo sean.
(22) Se ve actuar la fortaleza, bajo la luz sobrenatural de la fe. Buena lección para sus hijos: si el Padre, que es el que ha recibido la luz de Dios para fundar la Obra, y que ha encarnado en su espíritu el del Opus Dei, afirma que no está en sus manos ceder, cortar o variar nada de lo que al espíritu y organización de la Obra de Dios se refiera, cuánto menos podrán variar el espíritu, o la organización, los que vengan después. Tanto aquél como ésta han de ser inmutables.
(23) [23] Se refiere el Padre a las asociaciones que, por algún tiempo —pretendían sus socios llegar a ser religiosos, más adelante— tomaban algo de nuestra forma externa, no de nuestro espíritu. El espíritu de esas asociaciones, repito, estaba modelado por algunas congregaciones religiosas, basado en el contemptus mundi y destinado a promover apostolados para suplir a los religiosos; y algunas veces se encerraban en el secreto; o no tenían sino el espíritu y el modo correspondientes a los de una común asociación de fieles. Es evidente que cabía hacerse la pregunta que formulaba el Padre en este pasaje de la Instrucción, porque esas organizaciones —llevadas por el mismo celo de sus adherentes— podían sembrar confusión: hacían decir que para qué venía nadie al Opus Dei, cuando ellos, los socios de esas instituciones, hacían ya lo que pretendía hacer la Obra. No era cierto, pero se comprende que desorientaran a algunos. La pregunta del Padre, y la respuesta que da en el número siguiente, son siempre actuales.
Es interesante hacer resaltar que el Padre, ya desde entonces, hablaba de asociaciones. No de congregaciones religiosas, que ni de lejos podían compararse con la Obra; mientras que las comunes asociaciones, por su forma externa, podían dar origen a alguna confusión.
(24) [24] Otra vez la caridad, que ha impregnado siempre nuestro trato con los demás operarios de Jesucristo. Y una manifestación patente de que el verdadero espíritu de la Obra de Dios —escribe el Padre— no ha sido nunca exclusivista, y aborrece del partido único, tanto en el apostolado como en cualquier otra actividad que Dios haya dejado a la libre discusión de los hombres.
(25) Este espíritu del Padre se ha vivido por todos heroicamente, aun en aquellos años de tribulación, cuando hubo de padecer nuestra Obra clamorosas calumnias, sufriendo la llamada contradicción de los buenos.
— Una cosa es decir mal directa o indirectamente de quienes sirven a Cristo y otra muy diferente aclarar la verdad, para que siempre resplandezca la luz de Nuestro Señor. Sin hablar mal —es decir, injustamente— de ninguno, tenemos siempre la obligación de reaccionar ante las calumnias con firmeza, por caridad con los mismos que engañan y con los que pueden quedar engañados, desorientados por los que siembran la cizaña. Y, por un deber grave de justicia con la Obra, veritatem facientes in caritate (cfr. Ephes. IV, 15), diremos siempre la verdad, con caridad. Es muy cómodo callar, pero es un deber grave hablar, cuando alguno —movido por celotipia, o por pasiones más o menos comprensibles— quiere echar sombras sobre la Obra. Porque la Obra no es nuestra, sino de Dios.
— Los que sirven a Cristo, con nosotros están: ésta es la regla de oro que nos da el Padre, para que tengamos el corazón grande, para que sepamos comprender y convivir y amar a todos: pero es evidente que los que propagan falsedades, no sirven a Nuestro Señor, con esa conducta. Y hemos de procurar que no le ofendan, haciéndoles conocer la verdad, que les hará libres de su pasión: veritas liberabit vos! (Ioann. VIII, 32).
(26) [25] Así ha sido en muchos países y así fue especialmente en España, por el trabajo directo, abnegado y gratuito del Padre, primero, y después de muchos hermanos nuestros, en tantas naciones: influjo solamente espiritual, que provenía y proviene de la dirección espiritual, de los cursos de retiro, de la labor de nuestros sacerdotes, y, excepcionalmente, del trabajo directo de los miembros laicos de la Obra: y es uno de los frutos de nuestro servicio —que nunca abandonamos— a las diócesis.
Ha dado, da y seguirá dando la Obra, en todo el mundo, impulso de vida interior a directivos de las diversas asociaciones piadosas o apostólicas de fieles, porque no somos incompatibles con nadie, y porque estamos con todos los que sirven a Cristo, como escribe el Padre en el número anterior de esta Instrucción. Pero no podemos ser un organismo de Acción Católica, porque nuestra entrega supone una vocación divina, una dedicación permanente de toda la vida a la santificación y al apostolado, y requiere una formación específica, que no se deja nunca de recibir.
Y porque el modo de nuestra acción apostólica es también diferente: no se trata de llevar a cabo, solamente, precisas consignas de labor eclesiástica de los Revmos. Ordinarios —lo hacemos gustosamente, siempre que sean compatibles con nuestra vocación, y nos sea posible atender esos deseos—, sino de santificarse con el trabajo profesional, convirtiéndolo en medio y en ocasión de buscar la perfección cristiana en el mundo, y de hacer apostolado (cfr. n. 33 de esta Instrucción).
(27) [26] Es ésta otra gran diferencia con la Acción Católica, y con otros movimientos semejantes que se promueven por la autoridad: proceden de arriba hacia abajo, y, por lo tanto, no llevan consigo una verdadera vocación divina, de la misma manera que la autoridad no está legalmente ni moralmente capacitada para imponer a los súbditos deberes vocacionales, que transformen toda su vida: no puede imponer, a un sacerdote secular, que se haga religioso; ni a un benedictino, que se haga franciscano, ni a una persona célibe, que se case, suele decir el Padre. Puede, en esos terrenos, recomendar, levantar oleadas de fervores, provocar magníficas obras de celo, pero esto no supone una vocación. La Obra, que el Señor hacía que el Padre barruntase (cfr. nota 9) antes de que el Santo Padre Pío XI hablara de la Acción Católica, va como de abajo hacia arriba (cfr. nn. 2 y 3 de esta Instrucción): da una posibilidad de un encuentro con Dios en medio de las actividades profesionales o sociales. Un encuentro, que puede convertirse en una vocación divina, aceptada libremente, con consecuencias para toda la vida.
(28) Al leer esto, escrito hace tantos años, se nos levanta el corazón hasta el cielo en acción de gracias, porque hace ver con qué seguridad filial recibió el Padre la misión que le confió Nuestro Señor —un mandato imperativo de Cristo—; y con cuánta energía había puesto su alma en el cumplimiento de esa misión. Estas líneas del Padre dan materia para mucha oración, y para una transformación personal de cada uno de nosotros.
(29) [27] Ved, ya entonces, delineadas las diversas condiciones de miembros: algunos, que han de prescindir de todo, por amor de Dios, son los que en lo humano dan la continuidad a la Obra, los que hacen que con la gracia divina sea perdurable. — Un grupo clavado en la Cruz, escribe el Padre: muchas veces nuestro Fundador comenta que no le gusta que a las contradicciones se les llame cruces, porque Dios no es un tirano que se complace en hacer sufrir, sino un Padre; y porque estar en la Cruz con Cristo no es algo negativo, que atormenta, sino una afirmación gozosa que demuestra una actitud libre: la de aceptar, porque se quiere —no a regañadientes, sino con amor— la Voluntad de Dios. Esta es la lección que nos da muchas veces nuestro Padre. Por eso, la vida de los miembros de la Obra es una vida llena de alegría sobrenatural, pase lo que pase: porque quien se entrega de veras, está junto a la Cruz de Cristo y, por consiguiente, está junto a Nuestro Señor.
Al leer estas palabras del Padre, escritas en 1934 —la Santa Cruz nos hará perdurables, siempre con el mismo espíritu del Evangelio—, no podemos dejar de recordar que la Sección femenina de la Obra nació el 14 de febrero de 1930: y que precisamente otro 14 de febrero —el del 1943— nació la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en el oratorio de la casa que entonces tenía la Sección femenina en un hotelito de la calle de Jorge Manrique 16, en Madrid, donde el Padre había ido a celebrar la Santa Misa. ¡Los sacerdotes de la Obra deberían estar bajo la protección de la Santa Cruz! Al dar gracias a Dios, y al pensar que la Sociedad Sacerdotal nació en el aniversario de la fundación de la Sección femenina, y en una casa de la Sección femenina, como para fortalecer la unión de la Obra entera, brota espontáneo en los corazones de todos nosotros —y concretamente en los de los sacerdotes, que han de ser especialmente servidores de todos y vínculo de caridad— un amor cada vez más encendido a la unidad de la Obra.
(30) Sin descender a detalles sobre nuestra espiritualidad específica, porque no es ése el propósito del Padre en esta Instrucción —como se ha comentado en la nota 10—, nos da en cuatro palabras el programa ascético, que es la razón [28] de toda nuestra eficacia. El apostolado de acción, escribe nuestro Padre, es el fruto sabroso de la oración y del sacrificio: he subrayado las palabras del Padre —de acción—, porque para nuestro Fundador no hay apostolados directos (la acción) y apostolados indirectos (la oración, el trabajo santificado, el sacrificio). Son siempre, todos, apostolados directísimos, afirma con energía.
(31) La humildad es, nos dice el Padre, la base y el principio de ese camino segurísimo, que nos llevará a la Cruz de Cristo y, con Cristo, al premio eterno. Sin humildad, nada se puede hacer, porque la soberbia excluye necesariamente la caridad y, por lo tanto, impide la unión con Dios y la eficacia en el apostolado. Nuestro Padre nos da esta receta, para llegar a adquirir esa virtud: servir al Señor, y a todas las gentes, por amor de Dios. Y añade: el darse al servicio de los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de gozo espiritual (Carta, 24-III-1930, n. 22). — Por la humillación, hasta la Cruz, es decir, hasta la gloria: el Padre escribe que este camino se debe recorrer por la Obra de Dios y por cada uno de sus miembros. Queda así preceptuada la humildad colectiva (cfr. n. 36): ya desde los primeros Reglamentos de la Obra, el Padre escribió: Deo omnís gloria! La gloria de la Obra de Dios es vivir sin gloria humana, cosa perfectamente compatible con cuanto se ha dicho en la nota 25. Y queda al mismo tiempo encarecida la humildad personal, que nos llevará a trabajar cada uno en lo suyo, sin ruido, con tenacidad, con empeño, pensando en el triunfo de la Cruz: es decir, en poner a Cristo Nuestro Señor en la entraña de todas las actividades humanas, mientras se cumple en nosotros —llamados para ser corredentores— ea quae desunt passionum Christi, lo que resta por padecer a Cristo, en bien de su cuerpo místico, que es la Iglesia (Colos. I, 24).
(32) [29] Así nos lo ha enseñado el Padre, desde el primer momento: La Obra no viene a innovar nada, ni mucho menos a reformar nada de la Iglesia: acepta con fidelidad cuanto la Iglesia señala como cierto, en la fe y en la moral de Jesucristo. No queremos librarnos de las trabas —santas— de la disciplina común de los cristianos. Queremos, por el contrario, ser con la gracia del Señor —que El me perdone esta aparente falta de humildad— los mejores hijos de la Iglesia y del Papa (Carta, 9-I-1932, n. 1).
(33) Amor a Cristo, perfectus Deus, perfectus Homo, a María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, y al Papa: el Padre no podía dejar de reafirmar, ya desde su primera Instrucción, estos rasgos tan profundamente marcados en nosotros, que son motivo y fuente de alegría. Y no era fácil hacerlo de modo más incisivo y sentido, y con menos palabras: son los amores que compendian toda la fe católica.
(34) Antes, en Consideraciones espirituales, había escrito: Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en tercer lugar, acción (p. 14). Toda acción de apostolado que no se base en la oración y en el sacrificio, corre de ordinario el riesgo de no ser apostolado, sino, a lo más, fuego fatuo, juego de palabras, artículo brillante, luces de bengala (cfr. Consideraciones espirituales, p. 26), que ni mueve las almas ni ilumina las inteligencias, para que se acerquen a Dios.
(35) [30] En el número anterior, nuestro Fundador recordaba cuál es el modo general del verdadero apostolado cristiano. Ahora explica en pocas líneas la esencia y el modo específico de la Obra. Cuando escribió estas palabras, que encerraban la doctrina que desde 1928 venía predicando, aquello parecía una locura, una herejía. Y aún sigue pareciendo a muchos cosa herética, utopía, locura. ¡Como cuando el Padre escribía, hablando de cada nueva vocación: otro loco para nuestro manicomio!
Antes, poniendo el dedo en la llaga, había escrito que era menester no salirse de su sitio, para trabajar por Dios, para hacerse santo: ¡Qué afán hay en el mundo por salirse de su sitio! ¿Qué pasaría, si cada hueso, cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar puesto distinto del que le pertenece? No es otra la razón del malestar del mundo. Persevera en tu lugar, hijo mío: desde ahí ¡cuánto podrás trabajar por el reinado efectivo de Nuestro Señor! (Consideraciones espirituales, p. 78).
La unión, la armonía entre el trabajo ordinario, la oración y la contemplación —habéis de ser almas contemplativas en medio de los quehaceres del mundo, dice el Padre—, y la consecuencia de esa unión armónica, que es el apostolado, han sido especialmente recogidas y alabadas en el Decreto de aprobación de la Obra (16 de junio de 1950), en el que la Santa Sede elogia nuestra unidad de vida. — El Padre suele decir que él ya no distingue entre la oración y el trabajo: todo es contemplación y apostolado.
(36) En esta rápida exposición de rasgos fundamentales de nuestro espíritu, no podía el Padre omitir lo que lleva tan dentro de su corazón: por [31] eso quiso que no faltara un testimonio de veneración y cariño para los Revmos. Ordinarios. Sin cauce canónico entonces la Obra —no había sendero por donde caminar y evitaba nuestro Padre cristalizar en las formas que se aplicaban siempre, porque no encajaba el Opus Dei en aquellos moldes—, los miembros de la Obra, siguiendo la enseñanza que el Padre daba con su trato continuo con la jerarquía diocesana, con su leal adhesión a los Obispos, no dejaban de manifestar con alegría su sincero cariño a los Prelados diocesanos, como fieles ejemplares. Cuando, pasado el tiempo, la Santa Sede nos concedió los medios oportunos para la necesaria autonomía interna, siempre quedaron indeleblemente en nuestro espíritu y en nuestro modo de hacer el cariño y la veneración para los Revmos. Ordinarios diocesanos.<